viernes, 21 de noviembre de 2025



Ya  está  aquí   el Black Friday… ¡agárrense la cartera, que vienen curvas!

Se acercan las Navidades (¡y la ruina emocional y económica!), y con ellas la gran época de compras masivas. Porque sí, el Black Friday es esa fecha mística en la que todos perdemos la dignidad persiguiendo ofertas, como si nos fuera la vida en un microondas con un 12% de descuento.

Este evento internacional, cuyo nombre suena más a película de catástrofes que a día de gangas, tiene su origen en los años 50 en Filadelfia, cuando un atasco monumental colapsó la ciudad. O sea, el consumismo nació oficialmente con coches bocinando y gente insultándose. Poesía pura.

Desde entonces, ese atasco mental y vehicular ha cruzado océanos y continentes hasta llegar a nuestra querida Europa, donde lo celebramos comprando como si hubiera sido decretado el fin del mundo.

Crónicas de un “Viernes Negro” anunciado

Recuerdo el último Black Friday. Mi señora esposa (jefa del carrito y del universo) y yo decidimos ir a “echar un vistazo” (expresión que realmente significa: vamos a agonizar juntos). Entramos en una gran tienda de electrodomésticos y tecnología, donde parecía que regalaban cosas solo por respirar.

Empujados por la multitud, avanzamos como sardinas en metro en hora punta. Y ¡zas!, nos dimos de bruces con medio vecindario. Más que un centro comercial, aquello parecía la asamblea extraordinaria de la comunidad de vecinos pero con descuentos. Si llegan a poner sillas, votamos el presupuesto anual.

Como buen observador sociológico amateur, dediqué mi tiempo a escuchar conversaciones de alta filosofía consumista. La frase estrella repetida por todas partes era:

“Paco, no sé si esto servirá para algo, pero es tan barato que ya veremos.”

¡El lema oficial del Black Friday!       El segundo mantra más escuchado era:

“Aunque tenemos uno igual, por si se estropea…”

Claro, un repuesto que acabará oxidado en el trastero compartiendo habitación con la bicicleta estática y los propósitos de Año Nuevo.

Mientras tanto, los compradores compulsivos entraban en trance místico, arrojando al carrito aparatos cuya única cualidad era tener una etiqueta fosforito gritona tipo:

“¡Cómprame, soy una ganga inútil!”

La batalla de los televisores gigantes

Y llegamos a la sección de televisores. Allí, nuestro amigo Ataulfo (nombre épico para compras épicas), llevaba un televisor que sobresalía un metro del carrito. Para verlo sin sufrir tortícolis, hay que sentarse mínimo a cuatro metros. Más cerca y te sientes en una cita íntima con el presentador del telediario.

Y para limpiarlo necesitas una rasqueta profesional, de esas para escaparates.

Le preguntamos dónde lo pondría, sabiendo que su salón mide lo mismo que un ascensor amplio. Nos respondió, iluminado por la gracia del descuento:

“Quito los cuadros y lo atornillo a la pared.”

Perfecto. Ya me imagino la escena: no viendo la tele, sino analizando una radiografía gigante pegado a la pantalla cual radiólogo apasionado.

Los pasillos parecían un desfile militar: gente empujando  los  carros grandes con  cajas enormes como si transportaran misiles balísticos, aquello  parecía  un  convoy  militar tanque  tras  tanque.

La máquina de pelar patatas nucleares

De pronto, encontramos a nuestro héroe Asdrúbal y su esposa. Llevaban una caja enorme, apenas  le   sobresalía  la  cabeza  por  encima   y ella nos contó, orgullosísima:

“¡Es una máquina de pelar patatas y cortar verduras en 27 formas diferentes!”

Fuimos a verla a  la  exposición: un artefacto que parecía capaz de lanzar cohetes espaciales. Y sí, corta patatas en forma de estrella, flor y posiblemente esfinge egipcia.
Porque ya se sabe: las patatas lisas son para pobres… y para gente sin rebajas.

Nuestro botín

Después de saludar a medio planeta, por fin encontramos nuestra tostadora de  pan, que era realmente lo que íbamos a buscar (sí, uno de los pocos que entramos con propósito real). Con el tiempo sobrante nos dedicamos a contemplar la fauna humana cargando electrodomésticos como si huyeran del apocalipsis.

Conclusión filosófica profunda

Queridos amigos: llega el Black Friday o el  Viernes   Negro  como   prefieran.

No daré consejos (porque luego nadie los sigue), pero nosotros vamos cada año con lista en mano. Lista real, no lista mental, que esa se evapora al primer cartel rojo.

Por cierto: la máquina de pelar patatas de mi amigo Asdrúbal vive actualmente en el trastero, en hibernación invernal como los osos. Solo sale una vez al año cuando viene la familia en Navidad.

Tal vez también sea buena idea dejar la tarjeta de crédito en casa y pagar solo en lágrimas o monedas sueltas, para evitar tentaciones como una lanzadera pela patatas o un televisor del tamaño de una pared.

Que no acabemos comprando tanta ganga que después no haya dinero ni para un café.

¡Hasta la próxima, compradores valientes!

Y recuerden: si no lo necesitas antes del Black Friday, probablemente tampoco lo necesitas después.   ¡   Ah!  y  prepárense  porque  luego  viene  el  “Ciber  Monday” el   “Lunes  que  es  la  Leche”

Saludos  Pepe  Aguilar

 

 

 

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