Operación
Abuelo: De la Raíz Cúbica al San Jacobo en Inglés
Bueno amigos, lo que
voy a contar a muchos os sonará a rutina diaria, algo muy normal para quien,
como yo, es muy casero. Pero, desde mi experiencia en la gloriosa etapa de la jubilación,
me encuentro inmerso en un campo de batalla intelectual con unos alumnos muy
aventajados... ¡mis nietos! Y yo, más liado que una peonza en un charco.
Nuestra nueva
"rutina" es, según dicen por ahí, muy sencilla: convivir el día a día
con los nietos, y lo que ello implica, claro. La dificultad se mide por el
número de descendientes y sus respectivas edades.
Para los más
pequeñines, la tarea es llevadera, casi un paseo por el parque. Sus preguntas
son, como se suele decir, de "andar por casa", y nos derretimos al
ver la gracia con la que nos cuentan sus últimas novedades escolares. ¡Qué
alegría, qué inocencia!
Pero, amigos, el
verdadero Comité de Crisis comienza cuando los más mayores, con esa
mirada de quien se sabe superior, te sueltan: "Abuelo, tú que sabes tanto...
tengo un problema con la raíz cúbica". Y a ti, automáticamente, te
entran los sudores fríos. ¿Cómo le explicas tú una operación que, para tu
memoria, ¡es de la época de Aristóteles!
Solución: Toca coger
el libro, desempolvar las neuronas y repasar con ellos. Luego vienen los temas
de Historia Universal (¡y vaya si ha cambiado el mundo!), recorriendo cada día
las diferentes asignaturas. Mientras, no salgo de mi asombro: ¡resulta que
ahora las restas son diferentes y las multiplicaciones han mutado! En fin,
acabas entendiéndolas, pero... ¡échale paciencia, querido amigo, échale
paciencia!
Más adelante, el
temario se complica con las extraescolares y los idiomas. Y de buenas a
primeras, te asaltan con una pregunta vital, de esas que no te dejan dormir: "Abuelo,
¿cómo se dice 'san Jacobo' en inglés?" o, peor aún, "¿Y 'dos
sardinas en escabeche'?" Mi respuesta diplomática es: "Solución:
¿Y para qué demonios quieres saber eso?" A lo que el
"chaval" responde con la máxima lógica infantil: "Pues se me ha ocurrido."
¡Para matarlos de amor y desesperación a partes iguales!
Esa
"cantinela" se repite cada día. Por suerte, siempre hay algún abuelo
compañero que te da la solución definitiva: "Tú diles que entren en
Google, o en la Inteligencia Artificial... ¡y si no, a la abuela, que ella sí
hizo el bachiller!" (A la abuela, la verdadera heroína no reconocida
de esta aventura).
Así que ya lo sabéis,
no necesitamos asistir a escuelas nocturnas de mayores. ¡Ya las tenemos en
directo y en casa! La duda que me carcome es qué les dirán a sus profes sobre
nosotros, porque cuando vamos a recogerles, esos profesores siempre se sonríen.
No sé si es por simpatía o por las barbaridades históricas y matemáticas
que les comenta mi nieto en clase.
Alguno dirá: "Ahí
va el sabihondo del abuelito de Federico." En fin, hay que tomárselo como
viene y de la mejor manera, porque al final, ¿quién nos va a criticar? En el
fondo, ¡todos hemos sido igual de preguntones!
El Servicio de
Catering "Abuela Chef": ¡Menú a la Carta y Cero Quejas!
Se me olvidaba la joya
de la corona: la logística culinaria, o como yo lo llamo, el Servicio
de Catering "Abuela Chef", abierto 24/7 y con clientes muy
caprichosos.
Después de sobrevivir
a la raíz cúbica y de traducir "san Jacobo" al inglés, llega la hora
crítica: "¿Qué hay de comer?"
Y aquí es donde
descubres que no estás criando nietos, sino a un grupo de críticos
gastronómicos. No vale un simple "hay macarrones". La negociación
empieza así:
- "Yo no quiero lentejas, abuela, me las comí ayer en el
comedor."
- "Yo sí quiero lentejas, pero solo las de mi plato, no me toques
mi zona."
- "Yo quiero pasta, pero solo si tiene forma de estrella y es con
queso rallado, pero ¡ojo!, solo el que huele menos."
El menú del día no lo
eliges tú, lo elige la asamblea de mini-tiranos. Toca hacer tres o cuatro
platos diferentes, sirviendo de chef, pinche y camarero
simultáneamente. Y, por supuesto, limpiando luego el comedor que parece haber
sufrido un bombardeo de trozos de brócoli.
Da igual que hayas
ganado premios por tu puchero. Si a uno se le ocurre decir que la sopa
"está muy caliente" y al otro que "está muy fría", tienes
el lío montado. Al final, miras el reloj y te das cuenta de que has dedicado
más tiempo a negociar el menú que a resolverles el Teorema de Pitágoras.
Pero, sinceramente,
verlos comer (lo que les da la gana) y escuchar sus risas mientras uno de ellos
intenta explicarle al otro el misterio de por qué la yema es amarilla... ¡hace
que merezca la pena el esfuerzo!
!

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