viernes, 17 de octubre de 2025

 


La principal diferencia entre los libros de José Aguilar Romero y los de otros humoristas o escritores de comedia reside en la fuente de su material y su enfoque temático:
1. La Fuente de las Anécdotas: Experiencia Personal y Sectorial
• José Aguilar Romero: Su humor y sus historias nacen directamente de sus más de 40 años de experiencia como profesional hotelero, especialmente como conserje. Esto le da un acceso único a situaciones reales, a menudo absurdas o disparatadas, vividas en la recepción de hoteles. Su humor está intrínsecamente ligado al sector de la hostelería y al trato directo con personas de todo el mundo.
• Otros Humoristas: Pueden basar su humor en la observación de la vida cotidiana en general, temas políticos, crítica social, ficción pura, o géneros de comedia más amplios (como la sátira, el stand-up escrito, etc.).
2. El Enfoque Temático: El Hotel como Escenario
• José Aguilar Romero: El hotel (con sus clientes, sus empleados y sus códigos) es el escenario principal y el hilo conductor de toda su obra. Esto le permite ofrecer una visión de "puertas adentro" de este micro-mundo. El humor surge de la convivencia forzada, las excentricidades de los huéspedes, y la profesionalidad (o falta de ella) del personal.
• Otros Humoristas: Sus escenarios son variados: el hogar, el trabajo de oficina, la ciudad, el país, o mundos completamente imaginarios.
3. El Estilo: Humor de Situación Real
• José Aguilar Romero: Su estilo se basa en el humor de situación real y la anécdota. Son relatos cortos y directos que narran incidentes concretos y verificables, aunque parezcan inverosímiles. El atractivo reside en la autenticidad de las historias.
• Otros Humoristas: Pueden utilizar el chiste, el monólogo reflexivo, el diálogo ingenioso, la parodia, o la construcción de personajes ficticios y complejos.
En resumen, lo que distingue a José Aguilar Romero es su habilidad para transformar su vida laboral en la hostelería en una fuente inagotable de humor auténtico y situacional, ofreciendo una perspectiva muy particular sobre la condición humana a través del prisma de un conserje.



 

La Odisea del Carrito: De Compras y a la Caza de la Lámpara Perdida

Ir de compras hoy en día, admitámoslo, es mucho más cómodo que antes. ¿Más fácil? Discutible. Tengo la íntima convicción de que la comodidad es directamente proporcional al gasto. Y todo, todo, desde que los pequeños comercios de nuestros pueblos, con ese olor inconfundible a género y a cotilleo fresco, fueron tragados sin piedad por las grandes superficies.

Estas gigantescas cajas de zapatos son un prodigio de la ingeniería del consumo: aparcamiento fácil (el único momento de paz antes de la tormenta) y la promesa de encontrar absolutamente todo, incluso aquello que no sabías que existía, que no necesitabas y que, francamente, nunca habrías imaginado comprar.

Ahora bien, uno llega a estos centros comerciales grandiosos y la cosa cambia. Los pasillos… ¡Ay, los pasillos! Ya no son los de antes. Ahora se han transformado en una especie de laberinto de Teseo, versión low cost. Son larguísimos y a veces tan estrechos que recuerdan a los pasillos de las películas carcelarias, solo que en lugar de barrotes y rejas, a ambos lados se amontona el universo de lo imaginable. Un festín para la vista y una tortura para el bolsillo.

Pero la auténtica pesadilla, el Apocalipsis de la Tarjeta de Crédito, tiene lugar cuando entras en uno de esos colosos de nacionalidad sueca/escandinava (no daremos nombres, pero empieza por I y es famosa por sus albóndigas y sus instrucciones indescifrables).

¡Ahí, justo ahí, empieza el auténtico laberinto! Cambiaron el aburrido sistema lineal por una coreografía de curvas, revueltas y desvíos que te recuerdan inevitablemente al Laberinto de Cristales de la feria. Entras sabiendo tu objetivo, pero la salida solo se logra a base de golpes, choques emocionales y la sensación de haber participado en un reality de supervivencia nórdica.

Íbamos, como bien decía, con la noble y simple idea de buscar una lámpara. Una. Pues bien, hasta llegar al santuario de la iluminación, hicimos un maratón digno de las Olimpiadas (con avituallamiento opcional de perritos calientes a la salida). Y lo peor, ¡oh, lo peor!, es llevar carrito. El carrito es la encarnación del mal consumista, pues ahí es donde la Mano Tonta del Comprador Compulsivo deposita, con la frenética urgencia de un hámster acumulador, todo lo que encuentra a su paso, justificado por esa frase demoledora: “¡Qué mono!”. Un cojín de lunares, una vela con olor a fiordo, unas pinzas para el pescado… “¡Qué mono!”, “¡Qué mono!”

Y así, pasillo tras pasillo y curva tras curva, seguimos mareados como un pollo en una noria. Esto ya no es ir de compras, es senderismo de alto rendimiento en interiores. Y atención, un detalle crucial: si te viene una necesidad fisiológica (la inevitable llamada de la naturaleza), ¡reza! Cruza los dedos de los pies y pide un milagro para llegar a un aseo o, mejor dicho, ¡para encontrarlo! Están escondidos con la misma astucia que los tesoros piratas.

En fin, es cierto que es un método práctico, porque encuentras absolutamente todo lo que no sabías que necesitabas. Pero el momento de la verdad llega en las cajas. Mientras vas depositando tu botín —la vela, el cojín, la media docena de cucharas de madera que ya tenías— te das cuenta, con un escalofrío de terror, de que ¡NO HAS COMPRADO LA MALDITA LÁMPARA!

Y, por supuesto, le has dado un meneo a la tarjeta de crédito que ya lo quisiera para sí el "látigo de la feria" en hora punta.

Para la próxima, lo tengo claro: entraré con el GPS sintonizado, la brújula calibrada y, lo más importante, ¡la tarjeta de crédito se quedará encerrada bajo llave en la guantera del coche!

Saludos desde el pasillo de las alfombras,

Pepe Aguilar

(Y que hagan una buena compra, ¡si es que logran salir! Continuará…)

jueves, 16 de octubre de 2025


 

El Pin, el Pañuelo y la Cuestión Republicana: ¡Que Viene el Sastre Espía!

¡Benditos sean los detalles! Esos pequeños guardianes de nuestra identidad que, sin mediar palabra, gritan a los cuatro vientos quiénes somos, o, al menos, lo que otros creen que somos. Hoy en día, la solapa de una chaqueta es menos un trozo de lana y más un panel de control emocional.

Hemos pasado de la era de la corbata, ese elegante nudo de ahorcamiento voluntario que te obligaba a tomar sopa con una cautela digna de un cirujano, a la época gloriosa del complemento. Y ahí, mi querido amigo, entran en juego la Santísima Trinidad del Detalle: la Insignia, el Pin y, por supuesto, el inefable Pañuelo de Bolsillo.

Uno se pasea por la calle y asiste a un desfile silencioso de afiliaciones. Mira la solapa del de enfrente y, ¡zas!, ya sabes que es del equipo de fútbol con el nombre de un animal prehistórico, o socio de la asociación de amantes del bonsái gigante, o un fanático de la ópera con un pin tan discreto que solo lo ve con un microscopio. El Pin y la Insignia son directos, van a la yugular de la identidad. Son como un titular de prensa: "Soy del Atleti" o "He donado sangre 50 veces".

Pero yo, me  he  subido al carro del Pañuelo Elegante, esa sustitución gloriosa de la corbata que te convierte automáticamente en un caballero con "distinción de elegancia". ¡Bravo!  Es infinitamente más cómodo. Y así, con tus pañuelos de seda multicolor luciendo con desenfado en el bolsillo superior, te sientes el Cary Grant de la cuadra... ¡hasta que te topas con el Detector de Ideologías Ocultas!

Iba camino   hacia al plató de televisión   para   una  entrevista  ataviado con mi chaqueta y el pañuelito de la discordia, te cruzas con tus amigos. Y aquí viene el arte del detalle malinterpretado.

— ¡Anda, Pepe, viejo zorro! —te espeta uno, con una sonrisa de "ya te he calado"—. ¡No sabía yo que eras tan republicano!

Tú, que en política eres más neutro que una servilleta, que has votado a más partidos que a los que les quedan uñas en los pies, te quedas pálido como un mimo. "¿A qué conclusión llegas, Sherlock?", debiste pensar. Y la respuesta, por supuesto, era un golpe bajo directo al corazón del arte de vestir:

—Fácil, campeón. El pañuelo. Lo llevas doblado con los colores de la bandera tricolor —sentenció, con la superioridad del que acaba de desenmascarar al topo de la elegancia.

¡El pañuelo! ¡El pobre pañuelo de fantasía con una paleta cromática más amplia que el arcoíris de un unicornio! Resulta que la casualidad, o un doblez particularmente traicionero, había alineado el rojo, el amarillo y, ¡ay, el temido morado!, creando una enseña histórica en tu bolsillo.

La escena es digna de una comedia de enredos: tú sacas el pañuelo, lo extiendes con dramatismo para demostrar que era un revoltijo de azules, verdes, ocres y, sí, también esos tres, y tu amigo, con la vergüenza diluida en risa, solo había visto lo que quería ver. El cerebro humano es así, un editor muy selectivo.

Desde aquel día, me  he  convertido en un maestro del Doblado Políticamente Correcto. No por miedo a los republicanos, ¡sino por no ofender a las docenas de otras filias que podrían malinterpretar un tono aguamarina! Ahora mis pañuelos giran más que un planeta, buscando un ángulo que solo muestre el color "neutralidad absoluta" (un beige que tire a dudar).

Así que ya lo sabéis, amigos: la próxima vez que veáis a alguien con un Pin, una Insignia o, peor aún, un Pañuelo de Bolsillo, tened cautela. Podría ser un fanático del fútbol, un activista social, o simplemente alguien que eligió una tela bonita para tapar un agujero, ¡y ahora tiene que ir con cuidado de no fundar un nuevo movimiento político con su vestimenta!

Saludos, y que tus pañuelos siempre te delaten... ¡pero solo como un hombre de exquisito humor! También  ya  os  pasaré   la  entrevista.

Pepe Aguilar, continuará… y probablemente cambiaré a gemelos de camisa como única identificación.

 

viernes, 10 de octubre de 2025

 



¡Olé con las señales!     ¡Pero qué arte tienen estos andaluces para revolucionar hasta la Dirección General de Tráfico!

 

¡Andalucía, el Descontrol con Arte!

¡Vaya, vaya! Dando  un   vuelta  con  el  coche por  mi  pueblo (Benalmádena) me  tope  de  repente  con  una  señal  de  tráfico  al  menos  algo  rara.

Parece que la señalización de tráfico se nos está poniendo graciosa... ¡y muy andaluza! ¿Quién dijo que conducir tenía que ser aburrido? ¡Aquí, hasta la multa te la ponen con una sonrisa!

Señales de Tráfico a la andaluza: ¡El Catálogo 2026!

¡Hola amigos! ¿Habéis visto las nuevas señales de tráfico que han puesto por ahí? Yo es que alucino. Antes, una señal de prohibido aparcar era un círculo rojo con una barra cruzada, ¡y punto! Claro, que como nadie le hacía caso, han dicho: "Vamos a darle un toque, que la gente se entere".

Y ahora te encuentras con un cartel que pone: "Prohibido Aparcar. Beso y a jui."

¡"Beso y a jui"! ¡Con dos... narices! Como si la señal te estuviera mandando un Whatsap antes de desaparecer. Aquí  en  el  sur  sabemos  lo  que  significa  “Jui” (   “Largarte”  pero… en  el resto  del  país,  me imagino la conversación:

—Oye, que me voy, ¿eh? Te dejo el coche en la puerta de mi casa un momento, que solo subo a por las llaves. — ¡Que te he dicho que prohibido aparcar! — ¡Ya lo sé! ¡Pero es un momento! — ¡Beso y a jui! (Y te pone el emoji del coche que se va a toda prisa).

¡Claro, que el resto de España debe estar flipando! Se imaginan a un pobre turista de Burgos o   cualquier  otro  lugar o  un  extranjero  leyendo la señal y pensando: "¿Beso y a jui?  y  en  inglés   “   Kiss  &  Go “   ¿Qué tengo que besar algo antes de irme? ¿El bordillo? ¿La rueda?" ¡No, hombre, no! Es una expresión que significa: "Ya me he ido", "Se acabó", "Aquí no se para ni pa Dios". ¡Con arte!

Pero yo digo, si empezamos así, ¿dónde vamos a parar? Ya me imagino el catálogo de la DGT (Dirección General de Tráfico) para 2026, ¡versión andaluza!

  • Stop: Ya no va a ser "STOP". Va a ser: "¡Frena, quillo, que te vas a pegar el piñazo!" Y con el dibujo de un coche con cara de susto.
  • Ceda el paso: Desaparece. Ahora será: "¡Venga, niño, pasa tú primero, que yo tengo to'l día!" (Y una palmera dibujada, para dar ambiente).
  • Velocidad máxima 50: Se quita el número. Ahora pone: "¡No corras, mi arma!"

¡Esto es una maravilla! Porque a ver, la gente cuando ve una prohibición, le entra ansiedad. Pero si te lo dice una señal con simpatía, te entra la risa... ¡y a lo mejor hasta te vas!

—Mira, Paco, que está prohibido aparcar, ¿eh? — ¡Qué va, manué! Mira lo que dice: "Beso y a jui". Me está despidiendo con cariño. Yo me quedo un ratito, quillo.

·         ¡Illo/Illa (Chiquillo/a): Una contracción muy utilizada en toda Andalucía sobre  todo  en  Cádiz.

    • Ejemplo: "¡Illo, ¿qué hacemos esta noche?"
  • Perita: Significa "guay" o "bonito". Es una forma de expresar que algo está muy bien.
  • Pronto  más  que  tarde  la  veréis  en  las   nuevas  señales

¡Saludos Pepe Aguilar! ¡Ah! Me las piro, que el coche parece que está guarnío (estropeado).

 

 

 

 

miércoles, 8 de octubre de 2025

 

La  psicología    del  mostrador.

¡Hola, almas cándidas y veteranos del mostrador!

Amigos, sigo buceando en ese océano de recuerdos que solo los que hemos sobrevivido a la intemperie hotelera conocemos. Ahora, desde la cómoda distancia, los analizamos con esa mezcla de perplejidad, sosiego y, por qué no, una pizca de masoquista alegría. ¡Qué tiempos!

El Arte Secreto de la Observación (o la Táctica del Búho Discreto)

Quienes hemos vivido pegados al santuario de Recepción/Conserjería hemos desarrollado un sexto sentido, una habilidad casi mística para escanear al cliente sin que se dé cuenta. Somos como esos vigilantes silenciosos, pero en lugar de buscar ladrones, buscamos berrinches en potencia. Lo fascinante no es solo observar, sino intuir. Da igual la cartera, el apellido o a qué se dediquen; el verdadero sismógrafo es el primer saludo.

Cuando abren la boquita (y no siempre para pedir la clave del Wi-Fi), ya sabemos si ese día el señor o la señora no ha sincronizado su horóscopo con el universo. Le pasa a cualquiera, claro, pero nosotros tenemos la decencia de guardar nuestros demonios en el tupper de casa.

 

La Ironía del "Mal Pie" Matutino

Lo difícil, lo verdaderamente rompedor de esquemas, es ese individuo que llega con pinta de "me he peleado con mi sombra" y, de repente, te suelta una sonrisa tan generosa que te desarma. ¡Ese sí que es un cliente de oro, un cisne blanco que te alegra el día y rompe el molde de la fatalidad predicha!

Por desgracia, seamos finos pero realistas: no es lo más común. El que trae un cabreo de serie está deseando soltarlo como si fuera el clímax de una ópera. Y ahí estás tú, cual maestro de ceremonias del desagravio, blandiendo tus armas secretas (léase: paciencia sobrehumana, voz aterciopelada y soluciones mágicas) para que la tormenta pase lo más rápido posible.

El Berrinche Premium y el Dilema del Capote

Y luego están los clientes repetitivos, esos que hicieron el check-in con una lista de peticiones más rara que un unicornio y regresan a los diez minutos con la misma cantinela. Creen que "dando la vara" (una técnica ancestral, por cierto) conseguirán que les regales el penthouse con vistas a la Luna.

Claro, cuando tienen razón, hay que quitarse el sombrero, la chaqueta y hasta las ganas de vivir para ponérselo fácil. Pero ¡ay, amigo!, la vieja máxima de que "el cliente siempre tiene razón" es como un mito griego: suena bien, pero no siempre es aplicable en la vida real. Ahí, tocas las muletas, te centras en el centro de la plaza como un buen torero y usas la elegancia para lidiar el morlaco. La clave es que no te cojan, es decir, que no te arrastren a su drama.

Para estas lides escabrosas, hay que tener la calma de un monje tibetano, la amabilidad de una azafata y ser un Relaciones Públicas con un máster en contención emocional. Es la única forma de que la situación tensa se convierta en terciopelo diplomático.

Tras capear ese temporal, tienes el día ganado, aunque te quede ese pellizquito en el alma, ese pequeño comentario ingenioso que te guardaste por la "paz mundial" y la estabilidad de tu puesto.

¡Cosas que pasan, amigos! Y, para nuestra suerte, seguirán pasando...

¿Y a ti, qué es lo más surrealista que te han pedido en el mostrador? ¡Cuéntanos, no seas tímido!

Saludos   Pepe  Aguilar   continuará…

 

sábado, 4 de octubre de 2025








La España del "Todo Vale": Del Uniforme al Trapillo... (¡Y El Barista Irascible!) Amigos, lo de la dejadez ya no es una tendencia, ¡es la nueva normalidad de guardarropa en nuestros servicios patrios! Si la semana pasada les conté mis peripecias con el personal de hotel, permitan que siga desgranando este melón de la decadencia estética, que es más jugoso que un chiste de Arévalo en su época de oro. 

Porque la cosa no para en la recepción; no, la desobediencia al decoro se ha extendido como una mancha de vino tinto en un mantel blanco, y ha llegado hasta el mismísimo templo del café: ¡la barra! El otro día, en un establecimiento que antaño fue sinónimo de servicio impecable y trajes impolutos, pido un cortado. Me atiende un muchacho que, sin duda, estaba haciendo un máster en la "Estética del Desaliño". Llevaba una camiseta de la empresa, sí, pero tan arrugada que parecía haber dormido con ella puesta... después de haber luchado contra un toro bravo. El delantal, ¡ay, el delantal! Parecía la bandera de los piratas, con manchas que abarcaban todo el espectro cromático de la ingesta humana: un brochazo de café por aquí, un lamparón de tomate por allá... Digno de exponer en ARCO como "El Caos Alimentario". Y la técnica, ¡Dios mío, la técnica! Me sirve el café con una desgana que ya quisiera el Barón de Münchhausen.

 El vaso, sujetado con esos tres dedos reglamentarios que huelen a tabaco y a que acaban de tocar un billete de cinco euros, viene coronado por una espuma que no era espuma, sino una especie de masa heterogénea. Y me lo planta sobre la barra con un estruendo que me hace temblar las gafas. No me dice "Buenos días", ni "Aquí tiene, señor". Solo un gruñido. Le pregunto: "¿Me pondría sacarina, por favor?". Me mira con una inquina que hubiera helado el café de haber sido posible, y me suelta, sin inmutarse: "Está al final de la barra, si no es mucha molestia". ¡La cortesía ha muerto y la ha matado un 'barista' irascible! El Tatuaje como Distintivo y la Joyería Laboral: El Show del Servicio Pero no todo es mugre y malos modos, ojo. Hay un fenómeno que me fascina: la conversión del cuerpo en un 'curriculum vitae' visible. 

Si en la recepción teníamos la joyería de cuerda, en la terraza, el otro día, me topé con un camarero que, les juro, parecía recién salido de la Convención Anual de Tatuadores. Desde el codo hasta la muñeca, un lienzo de tinta. Dragones, calaveras, frases en latín... Me sirvió un tinto de verano con una mano que era una obra de arte, pero me despistó tanto que casi me confundo y le pregunto por el significado esotérico del fénix que llevaba grabado, en lugar de pedirle el hielo. El pelo, por supuesto, no era castaño, ni rubio, ni gris; era de un azul eléctrico que le iluminaba la cara, y el aro en la nariz, de esos que parecen un bozal de toro en miniatura. Y claro, yo, con mi mentalidad de antes, de la de "el servicio debe ser discreto", me quedo absorto. El chico era un dechado de amabilidad, eso sí. Pero yo me pregunto: ¿Dónde quedó el anonimato del profesional? Antes, el camarero era un fondo de armario; ahora, es la primera pieza de la colección. 

Uno espera que el café caliente sea la única sorpresa del servicio, ¡no que el encargado del "desayuno continental" parezca el cantante de un grupo de Heavy Metal en su día libre! Señores, hemos pasado de la camisa al piercing, del zapato de charol a las zapatillas sucias, y de la corbata a la melena de colores. La etiqueta se ha disuelto en un mar de "yo soy así". ¡Todo muy personal, muy auténtico! 

Pero un servidor, con sus años, solo pide una cosa: que la autenticidad no venga reñida con la pulcritud (y con el respeto a las normas básicas de higiene, que de esto trata el negocio). En resumidas cuentas: ¡Que el aspecto del servicio no te quite el apetito! Un saludo cariñoso, Pepe Aguilar, y... esto continua.

jueves, 2 de octubre de 2025

 





Tercera  parte.  El Exilio Culinario y la Indiferencia Nórdica

La Retirada Táctica: ¡Rumbo al Sur!

 ¡Por supuesto que seguimos! Tras la gélida odisea nórdica, donde nos trataron con la calidez de un témpano y la hostelería era una aplicación, la única conclusión sensata era una retirada táctica hacia el sol, el ruido y, sobre todo, la gente.

Dejamos atrás ese silencio escandinavo y esos "técnicos de la hospitalidad" con la promesa de no volver a menos que nos pagaran por ello. La misión era clara: recuperar la temperatura corporal y emocional.

La Búsqueda de la H de Hospitalidad

El destino, claro, tenía que ser una tierra donde el concepto de atender al prójimo no estuviera sujeto a un código QR. Pensamos en Italia, quizá en Grecia, pero finalmente nos decantamos por un lugar que, aunque ya conocido, nunca defrauda en cuanto a ese caos humano y delicioso: el sur de España. Un auténtico revulsivo.

El contraste fue, permítame la expresión, un tortazo de realidad. En el norte, éramos un estorbo, una variable que complicaba el algoritmo. Aquí, en el sur, volvimos a ser huéspedes, ¡y con mayúsculas!

El Barullo y el Regreso a la Vida

Llegamos a un pequeño hotel boutique en un barrio antiguo. Nada de check-in con el móvil. ¡Qué va! Nos abrió la puerta una señora con un mandil, un acento imposible de entender para un extranjero y una sonrisa que le llegaba hasta las orejas.

"¡Bienvenidos! ¡Qué frío vienen ustedes, por Dios! Dejen esas maletas ahí, que las sube mi nieto. ¿Quieren un vasito de agua fresca? ¿O prefieren un café que les quite ese frío de fiordo del cuerpo?"

¡Milagro! Éramos personas, no data en un sistema. La recepción era pequeña, llena de trastos y vida. No había ni un solo mapa de diseño escandinavo, pero sí un cuenco lleno de caramelos y un perro dormitando bajo el mostrador.

La habitación era pequeña, pero la ventana daba a un patio donde se oía el trajín de la gente, el olor a fritura (sí, ¡bendita fritura!) y la música que salía de un bar cercano. ¡Estábamos vivos de nuevo!

 

 

El Redescubrimiento de la Tapa y el Alma

Y al caer la tarde, la resurrección total. El primer bar: nos sentamos en una barra pegajosa, llena de gente hablando a gritos y camareros moviéndose como demonios. Pedimos una cerveza y, antes de que pudiera parpadear, el camarero ya había puesto en la barra una tapa de aceitunas aliñadas y un trozo de pan.

"¡Toma, para que cojas fuerzas!", me dijo, mirándome a los ojos, sin pedirme que reiniciara ninguna App.

En ese preciso instante, con el sabor de la sal y el aceite en la boca, entendí que no era solo la temperatura o el precio, sino la esencia de la hospitalidad. La que te da sin preguntar, la que te hace sentir que, por un momento, eres parte del lugar, y no solo un código de barras de paso.

El Baile de las Tapas y el Triunfo de lo Humano

¡Claro que sí! Aquella cerveza y esas aceitunas aliñadas fueron muchas más que comida; fueron un salvavidas, una transfusión de vida después de haber estado "digitalizado" en el norte. Lo que me impactó, fue la inmediatez del afecto. En Escandinavia, tenías que demostrar tu valía tecnológica; aquí, solo tenías que tener sed.

El camarero andaluz, con su prisa y su gracia, no estaba mirando un reloj o una tablet para ver si tu perfil de huésped era rentable. Estaba haciendo su trabajo, pero lo hacía con una capa extra de calor humano que es impagable.

El Retorno de la Intrusión (La Buena)

En el hotel nórdico, si marcabas el teléfono, aparecía un "técnico de la hospitalidad" que te preguntaba si habías reiniciado la aplicación. Aquí, al día siguiente, la señora del mandil nos paró en el pasillo.

"Venga, que mi nieto me ha dicho que tienen un poco de tos. Les he dejado en la habitación una tetera con manzanilla y miel. ¡Y no me digan que no, que es sagrado!"

¡Una intrusión maravillosa! Un gesto que te recuerda que estás en una casa, no en un bunker automatizado. No había protocolo, había cuidado. Lo que para el nórdico era una grosería (el contacto excesivo, la pregunta personal), para nosotros era el check-in emocional que tanto necesitábamos.

El Final del "Turismo de Inmersión" Forzado

Y qué decir de las maletas. El día de la partida, a diferencia de la tiranía del "turismo de inmersión" con veinte kilos a cuestas, la señora nos dijo:

"Dejen eso aquí, ¡que no estorba! Lo guardamos en mi despacho, que nadie va a tocar nada. Y no se vayan sin un trozo de mi torta de naranja, ¡que está recién hecha para el camino!"

La consigna no era una taquilla de pago con un código, sino el despacho de la dueña.

Comprendí entonces que la hospitalidad de verdad no está en el diseño minimalista o en la eficiencia silenciosa. Está en el barullo, en el olor, en el exceso y en la imperfección de las personas. Los nórdicos tenían sus códigos y su frialdad; nosotros, nuestro caos vital y la tapa que te dan sin pedirla. Y de vuelta en mi tierra, no lo cambio por todos los fiordos del mundo.

Saludos  Pepe  Aguilar  y   seguiré….