domingo, 14 de diciembre de 2025

 

El “Trueque Callejero” y la Resurrección de los Aficionados:                                                           ¡La Economía del Contenedor!

¡Hola, amigos! Se aproxima la Navidad, esa época mágica donde el espíritu se eleva y... el bolsillo se desinfla a velocidad supersónica. El gran rompecabezas de los regalos solo tiene dos soluciones: o aflojarse la cartera con la gracia de un millonario o darle un buen meneíto a la tarjeta de crédito hasta que eche humo.

Claro, lo más típico es peregrinar a los grandes almacenes, ese templo del consumo donde, con total certeza, descubres y compras justo lo que NO sabías que necesitabas. Pero, ¡un momento! Para los más ahorradores (o los que tienen el saldo en números rojos), una vueltecita por el bazar chino de la esquina puede alegrarles el día sin provocarle un ataque de pánico a la cuenta bancaria.

Pero hablemos del verdadero héroe de esta historia: “El Trueque.”

 Definición para Despistados: El trueque es el intercambio directo de bienes y servicios por otros bienes y servicios, sin la molesta intervención del dinero, ese intermediario de valor que nos mira con desprecio.

El Origen: Cuando el Dólar no Existía (¡Qué Tiempos!)

Se estima que esta maravilla económica se originó hace unos 10.000 años (o sea, diez milenios). En aquellos tiempos, si querías un hacha, dabas un conejo. ¡Era lo que había! Y funcionaba.

Pero ahora, en pleno siglo XXI, el trueque se realiza de una forma... ¡muy diferente! Hablamos del Trueque Callejero Espontáneo y Anónimo entre completos desconocidos, una danza silenciosa de objetos que buscan una segunda oportunidad.

 Los Contenedores de Basura: El Mercadillo Premium

Hasta hace no muchos años, rebuscar en los contenedores era una tarea exclusiva de los más necesitados, que buscaban principalmente comida o artículos de primera necesidad. Los tiempos cambian, amigos.

Hoy en día, sí, siguen existiendo los más necesitados. Pero, ¡oh, sorpresa! También vemos a gente muy bien vestida frenando sus relucientes coches al pasar junto a un contenedor. ¿El motivo? ¡El tesoro! Muebles de cambios de decoración, una lámpara con un ligero fallo en el cableado, adornos de todo tipo... ¡El éxtasis del consumo sostenible e involuntario!

Y ahí es donde entran nuestros queridos “Manitas-Restauradores”.

Estos artistas del bricolaje son capaces de coger una mesita de noche con cojera y transformarla en un joyero vintage, una estantería chic o, qué sé yo, ¡un dispensador de secretos! No solo le dan una doble vida (y a veces, una vida mucho mejor) al mueble, sino que, de paso, nos revelan la otra gran estrategia de ahorro.

El Regalo de Navidad más Original

Ese señor o señora Manitas-Salvador agarra su joyero rescatado, lo lija con la paciencia de un monje, le da una pátina art-decó y, ¡tachán! Lo envuelve en papel de celofán con un lazo de seda, deseándote unas felices fiestas con una sonrisa.

Todo de lo más original y, lo más importante, ¡gracias al famoso “Trueque Secreto y Anónimo”! Nunca se supo su procedencia (ni falta que hacía), solo que un día estaba pidiendo a gritos ser adoptado.

Así que, amigos, ¡echen mano a la imaginación! Seguro que se ahorran unos eurillos y, además, sorprenden a los agraciados con un regalo que tiene más alma que toda la sección de menaje del hogar. Los tiempos que corren son difíciles y todo va encareciéndose, salvo la bondad (o la desesperación) de tirar algo a la calle.

Yo, con mis amigos, me voy ahora mismo a hacer el recorrido del "trueque". A lo mejor me encuentro con la grata sorpresa de aquel mueblecito que dejé hace meses porque los cajones se encasquillaban. En fin, no sé si recuperarlo o ver quién será el próximo "truqueado".

¡Feliz Navidad! Pepe Aguilar

 

sábado, 13 de diciembre de 2025

 

La Gripe, el invierno y la Máscara Blanquiazul del Anónimo Absoluto

Como era de esperar, llega el frío (ese señor tan puntual) y, ¡voilà!, el otoño o el invierno se convierten en las estaciones olímpicas de la cata de virus. Empezamos todos con el kit de supervivencia casero: calditos de la abuela, pañuelo de tela y esa negación que nos hace creer que somos médicos autodidactas graduados en Google. Hasta que el cuerpo dice "¡Basta!" y te das cuenta de que no, no eres House, y que tienes un billete de primera clase y sin retorno a Urgencias.

Hace años, veíamos a nuestros amigos nipones por la calle, tan formales ellos, con esas mascarillas blanquiazules y pensábamos: "¡Qué gente tan organizada y previsora! ¡Señores del futuro!". Incluso nos reíamos un poco de ver semejante espectáculo, como si fueran a un carnaval silencioso.

Pero, ¡ay, amigos! Parece que tenían más razón que un meteorólogo en noviembre. La mascarilla llegó, arrasó, y se quedó no solo en España sino en el resto del mundo civilizado. Y claro, antes de que existiera esta precaución universal, éramos la ONU de los microorganismos: compartíamos virus, ácaros, y toda esa fauna exótica que solo se ve a través de un microscopio.

Así era la vida. Entrabas en Urgencias con un simple resfriado y, después de unas horas en la sala de espera, salías con una pulmonía galopante o, peor aún, con un acento raro del virus que te acababa de subarrendar los pulmones. Eso sí, la gente lo pasaba bomba en la sala. Horas y horas para despellejar al médico de guardia, discutir si la gastronomía de ahora es mejor que la de antes, o poner al día a todo el mundo sobre el estado de la tía abuela.

Pero ahora... ¡la cosa ha cambiado! Con el combo gorrita (la de los caballeros que no se quitan ni para dormir), pañuelo o turbante (el de las damas que no tienen un pelo de tontas) y la máscara, a ver cómo le pones cara al viandante que te saluda. ¡Es el Anonimato Premium! A veces saludas y es tu jefe; otras, ignoras a alguien y resulta ser tu vecino Ambrosio.

Y llega la hora de hablar. Con ese trapito pegado a la boca y una tos que parece sacada de una película de terror. A veces piensas que te está hablando un explorador de un país remoto, pero no, amigos, son los inconvenientes logísticos de la mascarilla.

Así que, entras en el hospital para una consulta, te cruzas con un señor sin bata, le preguntas dónde está la farmacia y, ¡zas!, resulta ser el cirujano jefe que va a operarte. Te quedas cortadísimo, pensando: "¡La he pifiado! ¿Por qué no me habré puesto yo la gorra y el gorro?".

En fin, a pesar de todas las peripecias y los líos de reconocimiento que nos traen estos pequeños trozos de tela, lo cierto es que algunos ya le han cogido el gusto. Hay quien no usa bufanda en invierno, se tapa la garganta con el trapito y la gomilla, como si estuviera a punto de cantar un cuplé en el Carnaval de Cádiz.

Pero dejando de lado la broma (solo un poquito), es mejor ponérselo y ponérselo a los demás. ¡Evitaremos males mayores!

Hasta la próxima, aunque no te reconozca por la calle y tenga que saludarte a voz en grito

 

 

¡De Compras y Esquivando ZBE: La Odisea del Conductor Superviviente!

¡Qué pasa, amigos! La vida moderna nos tiene siempre al límite. Si no es un virus marciano, es el estrés del trabajo... y ahora, ¡la contaminación! Pero ojo, que siempre hay alguien ahí, velando por nuestra salud... o eso creíamos.

Resulta que yo, inocente de mí, veía esos cartelitos luminosos de las ZBE (Zonas de Bajas Emisiones) al entrar en las ciudades y pensaba: "¡Qué majos! Es una zona de cuarentena anti polución para protegernos mientras pasamos". Yo ya me imaginaba un túnel con purificadores de aire y enfermeras repartiendo oxígeno.

¡ERROR!

¡Todo lo contrario, chato! Esos letreros de neón, más que una advertencia, son una cuenta regresiva. Eran el anuncio del Día H (de "Hostia", por la multa), esa fecha fatídica en la que, si no tienes un coche más limpio que las intenciones de un político, te prohíben el paso. ¡Y seamos sinceros, la gran mayoría de nuestros "carromatos" no cumplen los requisitos de la DGT ni de casualidad! Así que, vete preparando el bolsillo, porque o hipotecas un riñón para un coche nuevo, o te arriesgas a que la multa te caiga cada dos por tres.

 La Práctica de Conducción Anti zona

Esta semana pasada, ¡he vuelto a mis tiempos de prácticas del carnet de conducir! Sí, con el mismo nivel de pánico y concentración, pero esta vez, en lugar de aparcar en batería, estaba intentando sortear las ZBE.

Íbamos mi señora y yo con la atención puesta en cada cartel, cada señal, cada flecha... ¡Éramos un equipo de alta precisión! ¿Y qué creen? Curiosamente, si intentábamos volver al mismo sitio, volvíamos al mismo sitio. No sé si es que las ZBE están diseñadas con un malévolo efecto bumerang o es que mi sentido de la orientación ha mutado en una necesidad urgente de pagar multas. El caso es que espero, con fervor casi religioso, que el GPS incorpore pronto la opción de "Evitar ZBE", aunque la ruta pase por Albacete para ir de Madrid a Getafe.

El Jeroglífico Urbano y el Trazado de la Locura

Seguro que pronto aparecerá algún genio de la navegación, un "iluminado" cartógrafo, que trace las rutas de la salvación. Un mapa secreto, algo así como el plano del tesoro, para llegar a tu destino sorteando todas y cada una de las ZBE. Esto se va a convertir en un jeroglífico rodante: tendrás que dar veinte vueltas a la manzana, pasar por tres municipios limítrofes y hacer una ofrenda a la Virgen de la Gasolina para llegar a la calle paralela donde tenías que hacer ese trámite urgente.

La DGT, claro, no te da las alternativas. Te dice: "O usas el autobús (y dejas el coche aparcado, como cuando vas a la Feria, para que le dé el sol y se oxide feliz), o ¡ZASCA! Sablazo de 250 euros por cruzar una línea imaginaria."

La otra opción es el taxi, ¡pero espera! Lo coges para ir, y a la vuelta... ¡toca otro! Al final, no sé si compensa o si acabaremos financiando un taxi solo para nosotros.

 La Invasión del Patinete y los Mochileros Mayores

Ante tal panorama, solo queda la opción vintage: ¡volver a nuestra querida juventud! ¿Recuerdan los patinetes? Pues han vuelto, pero ¡electrificados! Prepárense para ver a la tercera edad en modo "Mad Max".

  • En fila india, abuelos y abuelas en caravana por el centro de la ciudad.
  • Practicando el equilibrio como si estuvieran en el Circo del  Sol,  porque a muchos les cuesta guardar el equilibrio hasta en bicicleta.
  • Ventaja: Si te caes, la altura es menor.
  • Desventaja: Un buen golpe, aunque estés cerca del suelo, no es plato de gusto. ¡A comprar casco!

Y si vas de compras, ¿cómo llevas el botín? ¡Pues con un macuto a la espalda como un escolar que va de excursión!

Conclusión: ¿Fitness Forzado o Ahorro?

Como veis, primero nos liaron con los bancos (máquinas por doquier), luego con los centros oficiales (¡la firma digital!) y ahora con el patinete. No sé si quieren que nos mantengamos en forma y alcancemos la eterna juventud a base de hacer piruetas urbanas, o si simplemente quieren que cada uno se las apañe como pueda.

Yo, de momento, voy a esperar a ver si algún ingeniero saca un filtro mágico, unos deus ex machina para mi coche. Si no, quizá me veáis haciendo autostop para entrar en la capital, reviviendo mis tiempos mozos.

Lo siento, amigos, pero creo que mi destino es convertirme en un cazador de amistades. Toca buscar a los amigos que se han comprado un coche nuevo limpito porque, ¡ellos sí podrán entrar por donde les dé la gana! Y yo, de paquete, ¡claro que sí! 

miércoles, 10 de diciembre de 2025

 


La Aventura de la Pata: Mi Viaje al País del Podólogo

¡Amigos! Hay citas que uno asume con la resignación de quien va a pagar una multa, y la visita al podólogo es una de ellas. Es la única ocasión en la vida en la que tus pies, esos grandes olvidados, se convierten de repente en los protagonistas absolutos de un drama médico.

Yo siempre intento llevarlos lo más dignos posible: un buen corte de uñas (a ser posible, ¡recto!, no vaya a ser que me suspenda el examen inicial) y un poco de hidratación. Porque, seamos sinceros, esos cinco minutos antes de la consulta son el único momento en meses en que uno se pregunta: "Dios mío, ¿qué aspecto tendrán mis apéndices inferiores?".

Llegué al consultorio, y después de un poco de espera (donde intenté disimuladamente esconder mis pies bajo el asiento como si fueran criminales en busca y captura), me llamaron.

"Pase y siéntese en el trono."

Sí, amigos, el sillón del podólogo no es un sillón cualquiera. Es un trono de ingeniería que te eleva a las alturas, convirtiendo tus pies en las estrellas de un escenario bien iluminado. De repente, mis humildes extremidades se veían gigantescas, expuestas bajo una luz que no perdona ni la más mínima imperfección. Sentí que mis callos y durezas eran proyectados en una pantalla de cine 3D.

El podólogo, que parecía un cirujano espacial con sus lupas, batas y herramientas de precisión, se acercó. Había más instrumental sobre la mesa que en una operación de alto riesgo: bisturíes diminutos, fresadoras que sonaban como minitaladros de dentista y pinzas que parecían sacadas de un kit de relojería suiza.

El diálogo, por supuesto, es siempre el mismo:

  • Podólogo (con tono serio, casi forense): "Bueno, veamos qué tenemos por aquí... Mmm, sí. Esos dedos. ¿Qué ha estado haciendo con ellos, eh? ¿Ha intentado usted escalar el Everest descalzo?"
  • Yo (tragando saliva, sintiéndome culpable por llevar chanclas en verano): "No, solo... andar, ya sabe. Cosas de la vida."

La verdad es que la sesión es relajante... hasta que no lo es. Un rato de masajes, cremas y luego, ¡zas! Llega el momento de la verdad, ese donde el especialista ataca con el instrumental de ciencia ficción. Sientes la fresadora, que suena a mosquito gigante, trabajar en tu piel, y te preguntas: "¿Se estará equivocando? ¿Estará lijando el hueso?"

Y luego vienen las preguntas existenciales sobre tu calzado:

"Estos zapatos que lleva... ¿Son para andar o para sufrir? ¡Tiene que darle a sus pies la vida de un rey, no la de un esclavo!"

Salí de allí sintiéndome un ser superior, con unos pies tan suaves que juraría que flotaba. Parecían recién salidos de un spa de lujo, listos para desfilar en la alfombra roja. La sensación es increíble, hasta que vuelves a la cruda realidad de tener que volver a meterlos en unos calcetines.

En resumen: la visita al podólogo es un baño de humildad, una lección de anatomía forzosa, y la única forma de conseguir que esos dos pilares que te sostienen, dejen de protestar al caminar. ¡Larga vida al podólogo y a sus herramientas intergalácticas!

 


 



Casi Extraterrestres: Una Odisea Hospitalaria sin Tocar Marte ni la Luna

Amigos, lo confieso. Hay lugares en la Tierra que nos dan un "yuyu" tremendo, esos sitios donde entras solo porque no queda más remedio. Y no, no hablamos de la casa de tu suegra (a veces), sino de los hospitales o centros médicos. Parece que allí el aire huele a desinfectante y a "trámites que-te-van-a-volver-loco".

Hace poco me tocó mi "ITV" particular (para los que ya peinamos canas y tenemos una edad, es lo que antes llamábamos un chequeo rutinario). Y, ¡sorpresa! La tecnología sigue avanzando a pasos agigantados, dejándonos a los humanos normales con la misma cara de póquer que si nos hubieran transportado a otra dimensión.

Al llegar a este magnífico hospital (sí, me contuve para no llamarlo "nave nodriza"), en el gran hall de entrada, me topé con un artilugio... ¡y no, no era una máquina de refrescos, aunque un traguito me habría venido de perlas! Era un ingenio con una pantallita y el famoso lector QR. Rápidamente, un señor de seguridad (que parecía un guardaespaldas galáctico) me indicó que escaneara mi cita en papel.

Hasta ahí, todo bien. El cacharro escupió un tique con un número, unas letras y el santo grial de mi destino: la consulta número 87-A.

¡Y aquí empezó la pequeña odisea!

Me puse a dar vueltas como un satélite desorientado. ¿Dónde demonios estaba la 87-A? Era como buscar cebollas rojas o lechugas chinas en el mercado... ¡sin encontrar el puesto! A mi alrededor, otros "exploradores" con sus tiques en mano compartían mi confusión, mientras una fila de novatos se formaba detrás de la misteriosa máquina QR.

Pero ya se sabe, buscando, todo se encuentra. Por fin, me acomodé frente a la ansiada puerta 87-A.   A esperar a que la auxiliar con bata (mi guía intergaláctica) me llamara. El tiempo pasaba, las manecillas del reloj (o lo que sea que usen en esos sitios) giraban... y nadie salía.

De repente, se abre la puerta, aparece la auxiliar, y me llama por mi nombre, con una voz que implicaba cierto reproche: "Llevamos un rato avisándole por la pantalla".

¡Aja! Aquí está el detalle que nos convierte en casi extraterrestres. Por aquello de la protección de datos (que está muy bien, no vaya a ser que se filtren mis niveles de colesterol), en la pantalla no sale el nombre. ¡Sale un código! Un precioso RT-48 (o el que te toque) que la maquinita te asignó al entrar.

Así que, adiós al "Señor Pérez" o "Doña Rodríguez". Ahora eres tu código. Y reza para que tu RT-48 no suene a las iniciales de alguna dolencia grave o  enfermedad rara  porque el lío de identidad puede ser monumental.

En fin, amigos, que entre maquinita y robot, estamos aterrizando de cabeza en la era de los humanoides. Con tanto adelanto técnico, no tardaremos en entrar en la consulta y que sea otra máquina la que te haga un escaneo completo, detecte si la próstata está "chunga" o si el azúcar se ha disparado.

Llegará el momento de sentarte frente al facultativo (que seguro tendrá un robot-asistente) y, ¡milagro!, te ahorrarás dar explicaciones. El doctor solo tendrá que pulsar un botón y la maquinita te imprimirá la receta milagrosa.

Amigos vayan actualizando sus códigos QR, porque en la próxima visita, o lo tienen a punto, o se quedarán con un palmo de narices a la entrada de la nave... ¡digo, del hospital!

 


martes, 9 de diciembre de 2025

 


Un Almuerzo 2.0: ¡La Convención de la Cubierta!

Hoy, como buen lunes y víctimas de la ineludible burocracia, tocaba hacer gestiones en Málaga capital. Se nos echó el tiempo encima, así que decidimos asaltar un restaurante famoso por su excelente menú y, seamos sinceros, porque sus precios son asequibles a cualquier bolsillo.

Allí nos presentamos, sin reserva, pero nos atendieron tan maravillosamente y tan rápido que hasta dudé si éramos VIP o simplemente tenían ganas de que les liberáramos la mesa pronto. Íbamos relajados y sin prisas. El sitio estaba a tope.

Una vez dentro y acoplados, tuve una revelación: no estábamos en un restaurante, ¡habíamos entrado en una convención digital secreta! La sala parecía la trastienda de una tienda de electrónica. Prácticamente todas las mesas estaban ocupadas por empleados de distintas empresas, y la estampa era la misma en cada una: la tablet abierta, el ordenador portátil desplegado y el móvil como un cubierto más. El camarero debía de tener un máster en esquivar aparatitos.

Como observador nato (y fisgón profesional), tenía material para un doctorado.

La mesa de al lado era un circo de la productividad. Uno de los comensales, que de seguro era representante de una casa de muebles, estaba en una conversación telefónica en manos libres mientras tecleaba furiosamente. Que si "las mesitas de noche", que si "los aparadores de diseño", que si "las estanterías que no caben ni en un palacio"... ¡Me empapé de la actualidad en mobiliario del hogar!

En la otra mesa, una chica defendía su mercancía con la fiereza de un león. Deduje que era representante de aparatos bucodentales. Hablaba de puentes invisibles, engarces rectos e implantología rápida. ¡Casi me hago un blanqueamiento entre el primer plato y el postre!

Y por si fuera poco, los comensales frente a mí resultaron ser veterinarios. Allí la cosa iba de enfermedades caninas y tratamientos para animales. Luego pasaron a discutir sobre bichos exóticos y raros que, por supuesto, sus clientes miman como si fueran de oro.

En resumen: nunca había almorzado rodeado de tantos expertos en diferentes disciplinas. Mi mujer y yo seguíamos con nuestra charla familiar, sí, pero no había forma humana de quitar el oído a semejante audiolibro.

El Diálogo Más Absurdo del Menú del Día

Y entonces, como era de esperar, llegó el clímax cómico.

El camarero, con la bandeja en ristre y una sonrisa que ya flaqueaba ante el bullicio digital, se acercó a la mesa del "mueblista".

—Disculpe, señor, ¿qué desea de beber y qué le pongo de primero? —preguntó con la paciencia de un santo.

El comensal, con el teléfono pegado a la oreja, soltó sin pestañear:

—De primero, tráigame una mesita de noche... ¡y que sea de pino macizo, por favor!

El camarero parpadeó. Miró al comensal, luego a la mesita de su propia imaginación.

— ¿Una mesita de noche? —Repuso el camarero, con una ceja arqueada—. Perdone, señor, pero creo que no la tenemos en el menú del día. Y honestamente, sería un poco indigesta... ¡y difícil de masticar con pan! ¿No preferiría algo más... comestible? ¿Quizás unas croquetas?

El "mueblista", que por fin parecía regresar del planeta "Ofertas Imperdibles", bajó el teléfono con una expresión de desconcierto total.

— ¿Croquetas? ¿Almuerzo? ¡Ah, sí! Perdone, camarero, ando cerrando un pedido grande y ya no sé ni dónde tengo la cabeza. ¡Pues de primero, tráigame lo que sea, pero que no sea para montar, por favor!

El camarero suspiró aliviado.

—Perfecto, señor. Le traeré la ensaladilla de la casa y unas aceitunitas. ¡Y prometo que no lleva ni bisagras ni tornillos!

La carcajada fue generalizada. El camarero, alejándose, murmuró para sí: "El día que me pidan una lámpara de pie con el gazpacho, me jubilo".

Está claro que llevarse el trabajo a un restaurante se ve con mucha naturalidad, pero choca un poco ver a todo el mundo mirando sus pantallas. La informática nos engulle a bocados.

Así que, amigos, un consejo vital: mejor dejar los aparatitos en el coche mientras comemos. No vaya a ser que la próxima vez el camarero, en lugar de un solomillo, nos traiga una dentadura postiza o ¡pienso para perros exóticos!

Silencio, se ¡Conecta!

Y es que, al final, me di cuenta de que este restaurante 2.0 tenía un nuevo y sutil menú: el de las conversaciones. Antes, la gente hablaba de verdad, con pasión, con gestos de las manos. Ahora, la regla no escrita es: "Donde no hay cobertura, no hay conversación."

 En cuanto veías una red Wi-Fi robusta, se hacía un silencio sepulcral en la mesa, solo roto por el tecleteo furioso y los pitidos de los mensajes. Si el camarero hubiera gritado: "¡Se cayó la red!", la sala entera se habría levantado de golpe, con más pánico que si anunciara que no quedan existencias de patatas fritas. Así que, aunque nos perdimos el chismorreo familiar por culpa del vendedor de muebles y la dentista, al menos nos llevamos la certeza de que, hoy en día, el ruido más molesto del almuerzo no son las cucharas, ni  los  tenedores sino el sonido de una video  llamada a todo volumen.

La próxima vez iré a un convento de clausura para ver si hay menos aparatitos encima de las mesas, aunque me perderé la dosis de aprendizaje gratuito.

lunes, 8 de diciembre de 2025

 


El Misterio del Apéndice Humano Portátil y la Épica Batalla por el Bolso Masculino

¡Hola, gentecilla maravillosa!

Damas y caballeros, niños y mascotas... Hablemos de esa cosa que va más pegada a nosotros que una pegatina de la ITV: ¡El Bolso! O en su versión masculina: riñonera, bandolera o el famoso (y polémico) "cosito" de llevar cosas.

Como bien sabéis, hay una ley universal no escrita: si una mujer sale a la calle, puede olvidarse del paraguas en pleno diluvio o incluso de las llaves de casa (¡para eso está el marido!), pero JAMÁS, bajo ningún concepto, olvidará su bolso. Es su centro de operaciones, su cápsula de supervivencia y, francamente, su apéndice adjunto. El bolso femenino no es un accesorio; es una extensión de la persona, un universo paralelo donde la lógica y el espacio-tiempo se han jubilado.

Y ni hablemos del contenido... El bolso de señora no es un bolso; es la Caja de MacGyver en versión de luxe. Dentro puede haber desde un kit de costura, un mini taladro hasta el recibo del súper de 1998. Y sí, si necesitas un tornillo, una tirita o la solución al calentamiento global, ella lo sacará de ahí. ¡Es magia pura! ✨

La Odisea del Varón y la Invención de la Riñonera

Pero la moda, que es más caprichosa que un bebé con sueño, también ha mirado al varón. Durante siglos, los hombres resolvimos todo con los bolsillos. ¡Y qué bolsillos! Parecía que llevábamos el Airbag de emergencia incorporado, de lo hinchados que iban con las llaves (de casa, del coche, del trastero), la cartera (a reventar de tiques caducados) y, por supuesto, el tubo de Vicks VapoRub y el pañuelo... ¡elementos esenciales de supervivencia!

Pero entonces, en un arrebato de genialidad (o de masoquismo estético), alguien dijo: "¡Que inventen la Riñonera!"

Ah, la riñonera... Colocada estratégicamente en el cinturón, nos convertía automáticamente en cobradores de autobús de los años 80 o en turistas despistados en Benidorm. No era la cumbre de la elegancia, pero oye, liberaba esos pobres bolsillos de sufrir una hernia.

De la Lona al Cuero y el Asunto del Nombre Curioso .

Luego, la cosa se sofisticó. Llegó el accesorio elegante, de lona o, ¡aleluya!, de cuero auténtico. Un bolsito pequeño, discreto, ideal para llevar lo vital: las llaves del coche (ahora con alarma), la cartera y quizás un chicle de menta. ¡Empezamos a fardar de bolsito Premium!

Y aquí viene el drama. A este noble accesorio se le colgó el nombre de "Mariconera". ¡Vaya tela! Un nombre que surgió de la forma más desafortunada, asociando el hecho de llevar algo colgando del hombro con una etiqueta homófoba y sin sentido. Es la prueba de que en el mundo de la moda y los nombres populares, a veces no hay quien entienda nada.

Menos mal que hoy, afortunadamente, se le llama con respeto: Bandolera, Bolso de mano, o simplemente "Ese que llevo yo y ya". Aunque con la correa cruzada, ¡sí que parecemos un Forajido del Oeste a punto de desenfundar el móvil en lugar de un revólver!

La Solución Final (O la App en el Móvil)

Hoy en día, con tanta App para todo, pronto no vamos a necesitar ni llaves ni cartera. El móvil lo abre todo, lo paga todo, y solo le falta hacernos un café con leche (¡pero tiempo al tiempo, que ya llegará!).

Pero, hasta que eso pase, la vida nos lleva a tomar decisiones cruciales:

  1. Opción A (La inteligente): Compartir bolso con la señora/novia/amiga. Sí, protestará. Pero cuando necesite dinero, no sé por qué, pero siempre acabará tirando de la cartera TUYA que llevas dentro de SU bolso. (¡Es una estrategia infalible!).
  2. Opción B (La de valientes): Asumir tu destino y llevar tu propio "cosito" colgante, sea riñonera, bandolera o un neceser de leopardo.

Ya sabéis, amigos: Up to you (como dicen los ingleses). (Ponte  lo  que   quieras) Lo importante es tener dónde guardar el móvil... ¡que si no, no hay quien entre en casa!