viernes, 21 de noviembre de 2025



Ya  está  aquí   el Black Friday… ¡agárrense la cartera, que vienen curvas!

Se acercan las Navidades (¡y la ruina emocional y económica!), y con ellas la gran época de compras masivas. Porque sí, el Black Friday es esa fecha mística en la que todos perdemos la dignidad persiguiendo ofertas, como si nos fuera la vida en un microondas con un 12% de descuento.

Este evento internacional, cuyo nombre suena más a película de catástrofes que a día de gangas, tiene su origen en los años 50 en Filadelfia, cuando un atasco monumental colapsó la ciudad. O sea, el consumismo nació oficialmente con coches bocinando y gente insultándose. Poesía pura.

Desde entonces, ese atasco mental y vehicular ha cruzado océanos y continentes hasta llegar a nuestra querida Europa, donde lo celebramos comprando como si hubiera sido decretado el fin del mundo.

Crónicas de un “Viernes Negro” anunciado

Recuerdo el último Black Friday. Mi señora esposa (jefa del carrito y del universo) y yo decidimos ir a “echar un vistazo” (expresión que realmente significa: vamos a agonizar juntos). Entramos en una gran tienda de electrodomésticos y tecnología, donde parecía que regalaban cosas solo por respirar.

Empujados por la multitud, avanzamos como sardinas en metro en hora punta. Y ¡zas!, nos dimos de bruces con medio vecindario. Más que un centro comercial, aquello parecía la asamblea extraordinaria de la comunidad de vecinos pero con descuentos. Si llegan a poner sillas, votamos el presupuesto anual.

Como buen observador sociológico amateur, dediqué mi tiempo a escuchar conversaciones de alta filosofía consumista. La frase estrella repetida por todas partes era:

“Paco, no sé si esto servirá para algo, pero es tan barato que ya veremos.”

¡El lema oficial del Black Friday!       El segundo mantra más escuchado era:

“Aunque tenemos uno igual, por si se estropea…”

Claro, un repuesto que acabará oxidado en el trastero compartiendo habitación con la bicicleta estática y los propósitos de Año Nuevo.

Mientras tanto, los compradores compulsivos entraban en trance místico, arrojando al carrito aparatos cuya única cualidad era tener una etiqueta fosforito gritona tipo:

“¡Cómprame, soy una ganga inútil!”

La batalla de los televisores gigantes

Y llegamos a la sección de televisores. Allí, nuestro amigo Ataulfo (nombre épico para compras épicas), llevaba un televisor que sobresalía un metro del carrito. Para verlo sin sufrir tortícolis, hay que sentarse mínimo a cuatro metros. Más cerca y te sientes en una cita íntima con el presentador del telediario.

Y para limpiarlo necesitas una rasqueta profesional, de esas para escaparates.

Le preguntamos dónde lo pondría, sabiendo que su salón mide lo mismo que un ascensor amplio. Nos respondió, iluminado por la gracia del descuento:

“Quito los cuadros y lo atornillo a la pared.”

Perfecto. Ya me imagino la escena: no viendo la tele, sino analizando una radiografía gigante pegado a la pantalla cual radiólogo apasionado.

Los pasillos parecían un desfile militar: gente empujando  los  carros grandes con  cajas enormes como si transportaran misiles balísticos, aquello  parecía  un  convoy  militar tanque  tras  tanque.

La máquina de pelar patatas nucleares

De pronto, encontramos a nuestro héroe Asdrúbal y su esposa. Llevaban una caja enorme, apenas  le   sobresalía  la  cabeza  por  encima   y ella nos contó, orgullosísima:

“¡Es una máquina de pelar patatas y cortar verduras en 27 formas diferentes!”

Fuimos a verla a  la  exposición: un artefacto que parecía capaz de lanzar cohetes espaciales. Y sí, corta patatas en forma de estrella, flor y posiblemente esfinge egipcia.
Porque ya se sabe: las patatas lisas son para pobres… y para gente sin rebajas.

Nuestro botín

Después de saludar a medio planeta, por fin encontramos nuestra tostadora de  pan, que era realmente lo que íbamos a buscar (sí, uno de los pocos que entramos con propósito real). Con el tiempo sobrante nos dedicamos a contemplar la fauna humana cargando electrodomésticos como si huyeran del apocalipsis.

Conclusión filosófica profunda

Queridos amigos: llega el Black Friday o el  Viernes   Negro  como   prefieran.

No daré consejos (porque luego nadie los sigue), pero nosotros vamos cada año con lista en mano. Lista real, no lista mental, que esa se evapora al primer cartel rojo.

Por cierto: la máquina de pelar patatas de mi amigo Asdrúbal vive actualmente en el trastero, en hibernación invernal como los osos. Solo sale una vez al año cuando viene la familia en Navidad.

Tal vez también sea buena idea dejar la tarjeta de crédito en casa y pagar solo en lágrimas o monedas sueltas, para evitar tentaciones como una lanzadera pela patatas o un televisor del tamaño de una pared.

Que no acabemos comprando tanta ganga que después no haya dinero ni para un café.

¡Hasta la próxima, compradores valientes!

Y recuerden: si no lo necesitas antes del Black Friday, probablemente tampoco lo necesitas después.   ¡   Ah!  y  prepárense  porque  luego  viene  el  “Ciber  Monday” el   “Lunes  que  es  la  Leche”

Saludos  Pepe  Aguilar

 

 

 

domingo, 16 de noviembre de 2025

 

Operación Abuelo: De la Raíz Cúbica al San Jacobo en Inglés

Bueno amigos, lo que voy a contar a muchos os sonará a rutina diaria, algo muy normal para quien, como yo, es muy casero. Pero, desde mi experiencia en la gloriosa etapa de la jubilación, me encuentro inmerso en un campo de batalla intelectual con unos alumnos muy aventajados... ¡mis nietos! Y yo, más liado que una peonza en un charco.

Nuestra nueva "rutina" es, según dicen por ahí, muy sencilla: convivir el día a día con los nietos, y lo que ello implica, claro. La dificultad se mide por el número de descendientes y sus respectivas edades.

Para los más pequeñines, la tarea es llevadera, casi un paseo por el parque. Sus preguntas son, como se suele decir, de "andar por casa", y nos derretimos al ver la gracia con la que nos cuentan sus últimas novedades escolares. ¡Qué alegría, qué inocencia!

Pero, amigos, el verdadero Comité de Crisis comienza cuando los más mayores, con esa mirada de quien se sabe superior, te sueltan: "Abuelo, tú que sabes tanto... tengo un problema con la raíz cúbica". Y a ti, automáticamente, te entran los sudores fríos. ¿Cómo le explicas tú una operación que, para tu memoria, ¡es de la época de Aristóteles!

Solución: Toca coger el libro, desempolvar las neuronas y repasar con ellos. Luego vienen los temas de Historia Universal (¡y vaya si ha cambiado el mundo!), recorriendo cada día las diferentes asignaturas. Mientras, no salgo de mi asombro: ¡resulta que ahora las restas son diferentes y las multiplicaciones han mutado! En fin, acabas entendiéndolas, pero... ¡échale paciencia, querido amigo, échale paciencia!

Más adelante, el temario se complica con las extraescolares y los idiomas. Y de buenas a primeras, te asaltan con una pregunta vital, de esas que no te dejan dormir: "Abuelo, ¿cómo se dice 'san Jacobo' en inglés?" o, peor aún, "¿Y 'dos sardinas en escabeche'?" Mi respuesta diplomática es: "Solución: ¿Y para qué demonios quieres saber eso?" A lo que el "chaval" responde con la máxima lógica infantil: "Pues se me ha ocurrido." ¡Para matarlos de amor y desesperación a partes iguales!

Esa "cantinela" se repite cada día. Por suerte, siempre hay algún abuelo compañero que te da la solución definitiva: "Tú diles que entren en Google, o en la Inteligencia Artificial... ¡y si no, a la abuela, que ella sí hizo el bachiller!" (A la abuela, la verdadera heroína no reconocida de esta aventura).

Así que ya lo sabéis, no necesitamos asistir a escuelas nocturnas de mayores. ¡Ya las tenemos en directo y en casa! La duda que me carcome es qué les dirán a sus profes sobre nosotros, porque cuando vamos a recogerles, esos profesores siempre se sonríen. No sé si es por simpatía o por las barbaridades históricas y matemáticas que les comenta mi nieto en clase.

Alguno dirá: "Ahí va el sabihondo del abuelito de Federico." En fin, hay que tomárselo como viene y de la mejor manera, porque al final, ¿quién nos va a criticar? En el fondo, ¡todos hemos sido igual de preguntones!

 El Servicio de Catering "Abuela Chef": ¡Menú a la Carta y Cero Quejas!

Se me olvidaba la joya de la corona: la logística culinaria, o como yo lo llamo, el Servicio de Catering "Abuela Chef", abierto 24/7 y con clientes muy caprichosos.

Después de sobrevivir a la raíz cúbica y de traducir "san Jacobo" al inglés, llega la hora crítica: "¿Qué hay de comer?"

Y aquí es donde descubres que no estás criando nietos, sino a un grupo de críticos gastronómicos. No vale un simple "hay macarrones". La negociación empieza así:

  • "Yo no quiero lentejas, abuela, me las comí ayer en el comedor."
  • "Yo sí quiero lentejas, pero solo las de mi plato, no me toques mi zona."
  • "Yo quiero pasta, pero solo si tiene forma de estrella y es con queso rallado, pero ¡ojo!, solo el que huele menos."

El menú del día no lo eliges tú, lo elige la asamblea de mini-tiranos. Toca hacer tres o cuatro platos diferentes, sirviendo de chef, pinche y camarero simultáneamente. Y, por supuesto, limpiando luego el comedor que parece haber sufrido un bombardeo de trozos de brócoli.

Da igual que hayas ganado premios por tu puchero. Si a uno se le ocurre decir que la sopa "está muy caliente" y al otro que "está muy fría", tienes el lío montado. Al final, miras el reloj y te das cuenta de que has dedicado más tiempo a negociar el menú que a resolverles el Teorema de Pitágoras.

Pero, sinceramente, verlos comer (lo que les da la gana) y escuchar sus risas mientras uno de ellos intenta explicarle al otro el misterio de por qué la yema es amarilla... ¡hace que merezca la pena el esfuerzo!

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      El peculiar matrimonio entre el Santoral y la Climatología:                                     

     ¡Que Dios nos pille confesados y con paraguas!

 

¡Amigos, ya es oficial! Dos de las instituciones más antiguas de nuestro día a día, el Santoral y la Climatología, han formalizado su unión. Ha sido una boda de esas que hacen historia, con la Virgen del Rocío como dama de honor y un ciclón extra tropical de velo. Un evento, sin duda, que marcará el futuro de los nacimientos y las inundaciones a partes iguales.

Y es que, tanto el Santoral como la Meteorología, están repletos de nombres que tienen el poder de girarte la cabeza. Por un lado, tenemos a los de siempre: Pepe, Paco, Carmen, María, que son tan universales que hasta el Sol y la Luna los conocen. Pero ¡ay, amigo!, el Santoral es también la cantera de los nombres que te hacen preguntar si el cura estaba de broma. Hablamos de nombres de varón como Sandalio, Hermógenes, Canuto o Restituto. Y si pensabas que las féminas se libraban, ¡prepárate!: Bárbula, Merenciana, Sinclética o la majestuosa Ursicina. Nombres que, cuando los dices en voz alta, parecen la invocación a una DANA.

Y aquí es donde la Climatología, la flamante esposa, entra en escena para complicarlo todo.

Antiguamente, si elegías ponerle a tu hijo Olallo, solo tenías que lidiar con las miraditas en la cola del supermercado. Pero ahora, después de lo que hemos visto —y padecido— con las temidas DANAS (Depresiones Aisladas en Niveles Altos) y sus nombres de pila, la cosa se pone seria.

La Dilema de la Progenie

Yo pregunto: ¿Quién se atreve a bautizar a su hija como Claudia, justo después de que la DANA Claudia se haya llevado por delante tres cosechas y la señal de Wifi del pueblo? Con el destrozo que ha provocado, ese nombre ya no evoca a una heroína de telenovela, sino a un pantano desbordado. La gente de la AEMET nos lo está poniendo complicado, muy complicado.

Ante este panorama, muchos padres recurrirán a los nombres de los abuelos, siempre y cuando estos no sean tan raritos que, cuando la criatura tenga uso de razón, se acuerde— ¡y de qué manera!— de quién le puso tal nombre.

Pero, como ahora la libertad es total y puedes poner el nombre que te dé la gana aunque no figure en el Santoral, no está muy lejos el día en que veamos a un niño llamado Ventisca, una niña llamada Borrasca, o un joven apellidado Tornado.

Y, claro, la pregunta del millón es: ¿Cuándo celebrarán su Santo si no existen en el calendario? Pues lo tienen fácil: los días que haya ventisca, borrasca, ciclón, tornado o temporal. ¡Con lo cual, en plena época invernal, estarán siempre de fiesta! ¡Tanto ellos como ellas!

La Dra. Tormenta y el Canguelo Meteorológico

Imaginen la escena: una gala de premios, el presentador con su mejor esmoquin, y dice con voz pomposa: "¡Y ahora, señores, les presento a la célebre climatóloga y artista multidisciplinar, la Doctora Tormenta!". Las risas que podría provocar ese nombre en una presentación son directamente proporcionales a los litros de lluvia de un temporal de nivel rojo.

El chiste, amigos, es que las DANAS seguirán viniendo y, tal y como han planeado nuestros amigos meteorólogos, todas llevarán nombre propio. Y lo mejor de todo es la lista de nombres que ya tienen previstos, que casualmente parece haber salido de una misa de hace 800 años:

Olallo, Bárbula, Sandalio, Gláfida, Hermógenes, Merenciana, Canuto, Sinclética, Restituto, Ursicina, Ildefonso, Crispina, Társilo, Ercilia, Walfrido, Cananila.

Así que, para los futuros padres, la elección se ha convertido en un auténtico juego de ruleta rusa. ¿Prefieren que su hijo entre en la 'Gama del Danismo' o en la 'Gama de los Santos Desconocidos'? Porque, para cuando los nombres sean conocidos, tu hijo Olallo puede ser tanto un santo mártir como un huracán de categoría 5.

De los Pepes, Pacos, Marías y Carmen nos acordamos siempre. Pero el resto, cuando los veamos de frente, nuestro cerebro empezará a dar vueltas... ¿Porque quién se acuerda de Társilo, por ejemplo?

En resumen, los meteorólogos no solo nos han metido el "canguelo" con las DANAS y las Borrascas, sino que ahora también nos confunden con esta avalancha de nombrecitos raros que nadie sabe si rezarle o si salir corriendo a asegurar las ventanas.

Bueno, me voy a tomar un cafecito con mi amigo Antonio y Mari, a ver qué piensan ellos de este embrollo tan peculiar.

(Firma: Pepe Aguilar)


 

domingo, 26 de octubre de 2025

 




 ¡Agárrense los relojes que volvemos a despegar en la máquina del tiempo... con aún más café!

Crónica del Desfase Horario: O el día que la Tierra se paró (una hora)

¡Atención, población! Si alguien encuentra la hora que se nos ha perdido, que avise. Yo he salido a comprar el pan y he pensado que me había tele transportado a un spin-off de The Walking Dead, pero con menos zombies y más bostezos.

Entro en la panadería y ahí estaba Anselmo, mi amigo. Parecía una estatua griega que acababa de descubrir que el mármol no era comestible. "Anselmo, ¿qué te pasa? ¿Te ha mordido un vampiro o te ha afectado el síndrome de 'No Sé Qué Hora Es'?"

Me mira con los ojos inyectados en cafeína y me suelta que su vida farmacológica se ha convertido en un caos de proporciones épicas. "Las pastillas, tío, ¡las pastillas! Se supone que son cada 8 horas, pero ahora, con la hora extra, no sé si me toca tomarme la de ayer, la de mañana, o si tengo que tomarme la del desayuno ¡a la hora de cenar! Estoy más descontrolado que un pato en un ascensor. Si sigo así, mañana me verás vendiendo relojes de cuco en el  Mercadillo  gritando '¡Son las doce y media de cuando sea!'"

Le he dicho que se compre un almanaque de pared, pinche las pastillas con chinchetas y se ponga un gorro de papel de plata, por si las moscas horarias. Lo he dejado allí, intentando hacerle reanimación cardiopulmonar a su rutina.

De vuelta a casa, me cruzo con mi vecino, el piloto de aviación, arrastrando una maleta y una cara de que no distingue un Airbus de una bicicleta. "¡Ay, mi madre!", me dice. "Estoy fatal. Ya no es el Jet Lag con los transatlánticos, que ya me tiene el hígado bailando flamenco. ¡Es que no sé si he aterrizado en Madrid, en Tokio, o si tengo que pagarle el alquiler al Casco Antiguo!" Se ha quedado mirando su reloj de pulsera como si fuera un mapa del tesoro indescifrable. "Mira, lo único que sé es que ahora tengo una hora extra de cansancio."

Y, por si fuera poco despropósito cronométrico, aparece la azafata aérea. "Yo hoy hago un 'Triplete de Desquicio'", me suelta, con una sonrisa que oculta un grito interno. "¿Triplete? ¿De qué me hablas, de gimnasia?", le pregunto.

"¡Qué va! Es el combo supremo de la desorientación. Primero, me atraso una hora con el cambio local. Luego, en el avión, me toca el baile de la Hora Zulú (que creo que es la hora que usan los extraterrestres). Y, para rematar, aterrizo en Argentina con el Jet Lag martillándome el cerebro. ¡Y lo peor es que el vuelo es nocturno! Como uno de los pasajeros sea sonámbulo y se ponga a caminar por el pasillo a oscuras, se convierte en la comedia de enredos más cara de la historia. ¡Tendré que servir café y buscar el pasaporte del durmiente errante a la vez!"

Así que ya saben, amigos. Estoy convencido de que este cambio de hora es un experimento social. Para colmo, está nublado. O sea, que cuando me levanté, no sabía si era de día o de noche, si la hora se había ido a freír espárragos, o si estábamos en un eclipse permanente. Todo lo que sé es que la nube negra de la desorientación se ha instalado justo encima de mi casa.

Voy a tomarme algo caliente. Si me lo tomo una hora antes, ¡avísenme! La vida es demasiado corta para vivirla en la Hora Zulú.

¡Volveremos a la normalidad... o no! ¡Permanezcan desintonizados!

Pepe  Aguilar

 

sábado, 25 de octubre de 2025

 

¡Amigos, llega el gran dilema anual!

A ver, a ver... ¡que se acerca el famoso y, para qué negarlo, maldito cambio de hora de invierno! Un evento tan controvertido que hasta parece la final de un reality show que lleva desde 1974.

La pregunta del millón, esa que nos atormenta todo el mes y nos hace sentir como genios de la física es: ¿perdemos o ganamos una hora?

Señores científicos, con todo nuestro cariño y respeto: ¡han tenido tiempo! Pero parece que esto de la "incógnita horaria" nos la dejan a los ciudadanos de a pie. Seguramente para tenernos entretenidos y debatiendo, como antaño con el fútbol en la tele. ¡Gracias por el pasatiempo!

El verdadero drama, el thriller de este cambio, es para los "curritos" y "curritas" de turno que cubren las 24 horas: farmacéuticos con sueño, personal de ambulancias a tope, héroes de hospitales y los hoteleros que ven peligrar el buffet del desayuno.

Para los jubilados, por supuesto, esto es un tema menor. Nos da igual si son las 2 o las 3. La película termina cuando termina, y para el desayuno, lo esencial es que los churros estén calientes y sean del día. ¡La hora es una mera anécdota!

¿Dónde se ve el caos en su máximo esplendor? Pues en el trabajo, cuando miras el reloj y te preguntas si tu compañero/a llega una hora tarde o, peor aún, ¡una hora antes! (depende de si adelantas o atrasas, que es donde reside el gran misterio).

Y si tienes un viaje, ¡agárrate! Ahí es donde se lía parda. Hay quien pierde el tren o el avión y, créanme, en ese momento se acuerdan con mucho cariño de la persona a la que se le ocurrió esta genialidad del cambio.

Luego está la ciencia, que dice que el cambio tiene efectos en el cuerpo humano. Y claro, hay que aprovechar el tirón. Los más espabilados lo usan como excusa perfecta para comunicar al jefe que se sienten "indispuestos" por los efectos del cambio y "largarse a casita".

Incluso hay genios de la picaresca que alargan esa "molestia transitoria" dos o tres días. A ver quién es el guapo que detecta si el dolor de cabeza es real o si es un invento del siglo XXI.

En fin, la opinión final la tienen ustedes. O cambian el horario, o a la mañana siguiente el churrero ha cerrado y se quedan sin su dosis de felicidad matutina. ¡Y ya todo el día mosqueados!

Así que, consejo de experto en supervivencia horaria: dejen los relojes de pared en un cajón y fijen la vista en el móvil. Ese cambia solo y, de momento, no falla. Luego, con calma y un café, van poniendo en hora el resto de la colección de relojes de la casa.

Como dice el refranero: "A buena hora, mangas largas". ¡A por la hora extra (o no)!

No es para Menos, Amigos: Los Cambios de Horario en invierno y verano

¡Ay, los cambios de horario! Esa maravillosa excusa para que la humanidad se divida una vez más entre los que viven al minuto y los que creen que la hora es solo una sugerencia.

Parece que, además del temido cambio de armario (esa épica batalla anual contra la ropa que ya no te entra), existe el cambio de reloj a nivel profesional. Hay personas que, por lo que se ve, no se fían ni de su sombra, y mucho menos de la tecnología que se actualiza sola.

Estos seres superiores (o tal vez muy despistados) han optado por el método radical: tienen unos relojes configurados para la hora de verano y otros para la de invierno. Así, cuando llega la hora D (de Desfase), simplemente se cambian de muñeca o de mesita de noche. Dicen que es para no equivocarse. Yo digo que es una técnica digna de un espía, pero aplicada al simple hecho de saber si vas a llegar tarde al café.

No sé cómo catalogarlos: ¿"Previsores Extremistas"? ¿"Coleccionistas de Segundos"? ¿"Vagos Crónicos con Exceso de Relojes"? O quizás, simplemente, son los más grandes tiquismiquis del tiempo. Están tan inmersos en su estrategia horaria que probablemente nunca se han parado a pensar en ese pequeño y maravilloso invento llamado Smartphone que, a medianoche, hace la magia solo. ¡Pluf! Una hora más, una hora menos, y sin mover un dedo.

Pero claro, ¿dónde estaría la gracia? ¿Dónde el drama? Si no tenemos estas chorraditas varias, amigos, la vida sería demasiado sencilla. Y no, no es para menos: con tanto reloj, ¡seguro que acaban perdiendo la noción del tiempo de verdad! ¡A disfrutar de la hora que toque!

 

viernes, 17 de octubre de 2025

 


La principal diferencia entre los libros de José Aguilar Romero y los de otros humoristas o escritores de comedia reside en la fuente de su material y su enfoque temático:
1. La Fuente de las Anécdotas: Experiencia Personal y Sectorial
• José Aguilar Romero: Su humor y sus historias nacen directamente de sus más de 40 años de experiencia como profesional hotelero, especialmente como conserje. Esto le da un acceso único a situaciones reales, a menudo absurdas o disparatadas, vividas en la recepción de hoteles. Su humor está intrínsecamente ligado al sector de la hostelería y al trato directo con personas de todo el mundo.
• Otros Humoristas: Pueden basar su humor en la observación de la vida cotidiana en general, temas políticos, crítica social, ficción pura, o géneros de comedia más amplios (como la sátira, el stand-up escrito, etc.).
2. El Enfoque Temático: El Hotel como Escenario
• José Aguilar Romero: El hotel (con sus clientes, sus empleados y sus códigos) es el escenario principal y el hilo conductor de toda su obra. Esto le permite ofrecer una visión de "puertas adentro" de este micro-mundo. El humor surge de la convivencia forzada, las excentricidades de los huéspedes, y la profesionalidad (o falta de ella) del personal.
• Otros Humoristas: Sus escenarios son variados: el hogar, el trabajo de oficina, la ciudad, el país, o mundos completamente imaginarios.
3. El Estilo: Humor de Situación Real
• José Aguilar Romero: Su estilo se basa en el humor de situación real y la anécdota. Son relatos cortos y directos que narran incidentes concretos y verificables, aunque parezcan inverosímiles. El atractivo reside en la autenticidad de las historias.
• Otros Humoristas: Pueden utilizar el chiste, el monólogo reflexivo, el diálogo ingenioso, la parodia, o la construcción de personajes ficticios y complejos.
En resumen, lo que distingue a José Aguilar Romero es su habilidad para transformar su vida laboral en la hostelería en una fuente inagotable de humor auténtico y situacional, ofreciendo una perspectiva muy particular sobre la condición humana a través del prisma de un conserje.



 

La Odisea del Carrito: De Compras y a la Caza de la Lámpara Perdida

Ir de compras hoy en día, admitámoslo, es mucho más cómodo que antes. ¿Más fácil? Discutible. Tengo la íntima convicción de que la comodidad es directamente proporcional al gasto. Y todo, todo, desde que los pequeños comercios de nuestros pueblos, con ese olor inconfundible a género y a cotilleo fresco, fueron tragados sin piedad por las grandes superficies.

Estas gigantescas cajas de zapatos son un prodigio de la ingeniería del consumo: aparcamiento fácil (el único momento de paz antes de la tormenta) y la promesa de encontrar absolutamente todo, incluso aquello que no sabías que existía, que no necesitabas y que, francamente, nunca habrías imaginado comprar.

Ahora bien, uno llega a estos centros comerciales grandiosos y la cosa cambia. Los pasillos… ¡Ay, los pasillos! Ya no son los de antes. Ahora se han transformado en una especie de laberinto de Teseo, versión low cost. Son larguísimos y a veces tan estrechos que recuerdan a los pasillos de las películas carcelarias, solo que en lugar de barrotes y rejas, a ambos lados se amontona el universo de lo imaginable. Un festín para la vista y una tortura para el bolsillo.

Pero la auténtica pesadilla, el Apocalipsis de la Tarjeta de Crédito, tiene lugar cuando entras en uno de esos colosos de nacionalidad sueca/escandinava (no daremos nombres, pero empieza por I y es famosa por sus albóndigas y sus instrucciones indescifrables).

¡Ahí, justo ahí, empieza el auténtico laberinto! Cambiaron el aburrido sistema lineal por una coreografía de curvas, revueltas y desvíos que te recuerdan inevitablemente al Laberinto de Cristales de la feria. Entras sabiendo tu objetivo, pero la salida solo se logra a base de golpes, choques emocionales y la sensación de haber participado en un reality de supervivencia nórdica.

Íbamos, como bien decía, con la noble y simple idea de buscar una lámpara. Una. Pues bien, hasta llegar al santuario de la iluminación, hicimos un maratón digno de las Olimpiadas (con avituallamiento opcional de perritos calientes a la salida). Y lo peor, ¡oh, lo peor!, es llevar carrito. El carrito es la encarnación del mal consumista, pues ahí es donde la Mano Tonta del Comprador Compulsivo deposita, con la frenética urgencia de un hámster acumulador, todo lo que encuentra a su paso, justificado por esa frase demoledora: “¡Qué mono!”. Un cojín de lunares, una vela con olor a fiordo, unas pinzas para el pescado… “¡Qué mono!”, “¡Qué mono!”

Y así, pasillo tras pasillo y curva tras curva, seguimos mareados como un pollo en una noria. Esto ya no es ir de compras, es senderismo de alto rendimiento en interiores. Y atención, un detalle crucial: si te viene una necesidad fisiológica (la inevitable llamada de la naturaleza), ¡reza! Cruza los dedos de los pies y pide un milagro para llegar a un aseo o, mejor dicho, ¡para encontrarlo! Están escondidos con la misma astucia que los tesoros piratas.

En fin, es cierto que es un método práctico, porque encuentras absolutamente todo lo que no sabías que necesitabas. Pero el momento de la verdad llega en las cajas. Mientras vas depositando tu botín —la vela, el cojín, la media docena de cucharas de madera que ya tenías— te das cuenta, con un escalofrío de terror, de que ¡NO HAS COMPRADO LA MALDITA LÁMPARA!

Y, por supuesto, le has dado un meneo a la tarjeta de crédito que ya lo quisiera para sí el "látigo de la feria" en hora punta.

Para la próxima, lo tengo claro: entraré con el GPS sintonizado, la brújula calibrada y, lo más importante, ¡la tarjeta de crédito se quedará encerrada bajo llave en la guantera del coche!

Saludos desde el pasillo de las alfombras,

Pepe Aguilar

(Y que hagan una buena compra, ¡si es que logran salir! Continuará…)