Ya está
aquí el Black Friday… ¡agárrense la cartera, que
vienen curvas!
Se acercan las
Navidades (¡y la ruina emocional y económica!), y con ellas la gran época de
compras masivas. Porque sí, el Black
Friday es esa fecha mística en la que todos perdemos la dignidad
persiguiendo ofertas, como si nos fuera la vida en un microondas con un 12% de
descuento.
Este evento
internacional, cuyo nombre suena más a película de catástrofes que a día de
gangas, tiene su origen en los años 50 en Filadelfia, cuando un atasco
monumental colapsó la ciudad. O sea, el consumismo nació oficialmente con
coches bocinando y gente insultándose. Poesía pura.
Desde entonces, ese
atasco mental y vehicular ha cruzado océanos y continentes hasta llegar a
nuestra querida Europa, donde lo celebramos comprando como si hubiera sido
decretado el fin del mundo.
Crónicas de un
“Viernes Negro” anunciado
Recuerdo el último Black Friday. Mi señora esposa (jefa
del carrito y del universo) y yo decidimos ir a “echar un vistazo” (expresión
que realmente significa: vamos a agonizar juntos). Entramos en una gran
tienda de electrodomésticos y tecnología, donde parecía que regalaban cosas
solo por respirar.
Empujados por la
multitud, avanzamos como sardinas en metro en hora punta. Y ¡zas!, nos dimos de
bruces con medio vecindario. Más que un centro comercial, aquello parecía la asamblea
extraordinaria de la comunidad de vecinos pero con descuentos. Si llegan a
poner sillas, votamos el presupuesto anual.
Como buen observador
sociológico amateur, dediqué mi tiempo a escuchar conversaciones de alta
filosofía consumista. La frase estrella repetida por todas partes era:
“Paco, no sé si esto
servirá para algo, pero es tan barato que ya veremos.”
¡El lema oficial del
Black Friday! El segundo mantra más
escuchado era:
“Aunque tenemos uno
igual, por si se estropea…”
Claro, un repuesto que
acabará oxidado en el trastero compartiendo habitación con la bicicleta estática
y los propósitos de Año Nuevo.
Mientras tanto, los
compradores compulsivos entraban en trance místico, arrojando al carrito
aparatos cuya única cualidad era tener una etiqueta fosforito gritona tipo:
“¡Cómprame, soy una
ganga inútil!”
La batalla de
los televisores gigantes
Y llegamos a la
sección de televisores. Allí, nuestro amigo Ataulfo (nombre épico para
compras épicas), llevaba un televisor que sobresalía un metro del carrito. Para
verlo sin sufrir tortícolis, hay que sentarse mínimo a cuatro metros. Más cerca
y te sientes en una cita íntima con el presentador del telediario.
Y para limpiarlo
necesitas una rasqueta profesional, de esas para escaparates.
Le preguntamos dónde
lo pondría, sabiendo que su salón mide lo mismo que un ascensor amplio. Nos
respondió, iluminado por la gracia del descuento:
“Quito los cuadros y
lo atornillo a la pared.”
Perfecto. Ya me
imagino la escena: no viendo la tele, sino analizando una radiografía
gigante pegado a la pantalla cual radiólogo apasionado.
Los pasillos parecían
un desfile militar: gente empujando
los carros grandes con cajas enormes como si transportaran misiles
balísticos, aquello parecía un
convoy militar tanque tras
tanque.
La máquina de
pelar patatas nucleares
De pronto, encontramos
a nuestro héroe Asdrúbal y su esposa. Llevaban una caja enorme, apenas le
sobresalía la cabeza
por encima y ella
nos contó, orgullosísima:
“¡Es una máquina de
pelar patatas y cortar verduras en 27 formas diferentes!”
Fuimos a verla a la
exposición: un artefacto que parecía capaz de lanzar cohetes espaciales.
Y sí, corta patatas en forma de estrella, flor y posiblemente esfinge egipcia.
Porque ya se sabe: las patatas lisas son para pobres… y para gente sin
rebajas.
Nuestro botín
Después de saludar a
medio planeta, por fin encontramos nuestra tostadora de pan, que era realmente lo que íbamos a buscar
(sí, uno de los pocos que entramos con propósito real). Con el tiempo sobrante
nos dedicamos a contemplar la fauna humana cargando electrodomésticos como si
huyeran del apocalipsis.
Conclusión
filosófica profunda
Queridos amigos: llega
el Black Friday o el
Viernes Negro como
prefieran.
No daré consejos
(porque luego nadie los sigue), pero nosotros vamos cada año con lista en mano.
Lista real, no lista mental, que esa se evapora al primer cartel rojo.
Por cierto: la máquina
de pelar patatas de mi amigo Asdrúbal vive actualmente en el trastero, en
hibernación invernal como los osos. Solo sale una vez al año cuando viene la
familia en Navidad.
Tal vez también sea
buena idea dejar la tarjeta de crédito en casa y pagar solo en lágrimas o
monedas sueltas, para evitar tentaciones como una lanzadera pela patatas o un
televisor del tamaño de una pared.
Que no acabemos
comprando tanta ganga que después no haya dinero ni para un café.
¡Hasta la
próxima, compradores valientes!
Y recuerden: si no
lo necesitas antes del Black Friday, probablemente tampoco lo necesitas
después. ¡ Ah!
y prepárense porque
luego viene el
“Ciber Monday” el “Lunes
que es la
Leche”
Saludos Pepe
Aguilar



