sábado, 13 de diciembre de 2025

 

La Gripe, el invierno y la Máscara Blanquiazul del Anónimo Absoluto

Como era de esperar, llega el frío (ese señor tan puntual) y, ¡voilà!, el otoño o el invierno se convierten en las estaciones olímpicas de la cata de virus. Empezamos todos con el kit de supervivencia casero: calditos de la abuela, pañuelo de tela y esa negación que nos hace creer que somos médicos autodidactas graduados en Google. Hasta que el cuerpo dice "¡Basta!" y te das cuenta de que no, no eres House, y que tienes un billete de primera clase y sin retorno a Urgencias.

Hace años, veíamos a nuestros amigos nipones por la calle, tan formales ellos, con esas mascarillas blanquiazules y pensábamos: "¡Qué gente tan organizada y previsora! ¡Señores del futuro!". Incluso nos reíamos un poco de ver semejante espectáculo, como si fueran a un carnaval silencioso.

Pero, ¡ay, amigos! Parece que tenían más razón que un meteorólogo en noviembre. La mascarilla llegó, arrasó, y se quedó no solo en España sino en el resto del mundo civilizado. Y claro, antes de que existiera esta precaución universal, éramos la ONU de los microorganismos: compartíamos virus, ácaros, y toda esa fauna exótica que solo se ve a través de un microscopio.

Así era la vida. Entrabas en Urgencias con un simple resfriado y, después de unas horas en la sala de espera, salías con una pulmonía galopante o, peor aún, con un acento raro del virus que te acababa de subarrendar los pulmones. Eso sí, la gente lo pasaba bomba en la sala. Horas y horas para despellejar al médico de guardia, discutir si la gastronomía de ahora es mejor que la de antes, o poner al día a todo el mundo sobre el estado de la tía abuela.

Pero ahora... ¡la cosa ha cambiado! Con el combo gorrita (la de los caballeros que no se quitan ni para dormir), pañuelo o turbante (el de las damas que no tienen un pelo de tontas) y la máscara, a ver cómo le pones cara al viandante que te saluda. ¡Es el Anonimato Premium! A veces saludas y es tu jefe; otras, ignoras a alguien y resulta ser tu vecino Ambrosio.

Y llega la hora de hablar. Con ese trapito pegado a la boca y una tos que parece sacada de una película de terror. A veces piensas que te está hablando un explorador de un país remoto, pero no, amigos, son los inconvenientes logísticos de la mascarilla.

Así que, entras en el hospital para una consulta, te cruzas con un señor sin bata, le preguntas dónde está la farmacia y, ¡zas!, resulta ser el cirujano jefe que va a operarte. Te quedas cortadísimo, pensando: "¡La he pifiado! ¿Por qué no me habré puesto yo la gorra y el gorro?".

En fin, a pesar de todas las peripecias y los líos de reconocimiento que nos traen estos pequeños trozos de tela, lo cierto es que algunos ya le han cogido el gusto. Hay quien no usa bufanda en invierno, se tapa la garganta con el trapito y la gomilla, como si estuviera a punto de cantar un cuplé en el Carnaval de Cádiz.

Pero dejando de lado la broma (solo un poquito), es mejor ponérselo y ponérselo a los demás. ¡Evitaremos males mayores!

Hasta la próxima, aunque no te reconozca por la calle y tenga que saludarte a voz en grito

 

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