jueves, 16 de octubre de 2025


 

El Pin, el Pañuelo y la Cuestión Republicana: ¡Que Viene el Sastre Espía!

¡Benditos sean los detalles! Esos pequeños guardianes de nuestra identidad que, sin mediar palabra, gritan a los cuatro vientos quiénes somos, o, al menos, lo que otros creen que somos. Hoy en día, la solapa de una chaqueta es menos un trozo de lana y más un panel de control emocional.

Hemos pasado de la era de la corbata, ese elegante nudo de ahorcamiento voluntario que te obligaba a tomar sopa con una cautela digna de un cirujano, a la época gloriosa del complemento. Y ahí, mi querido amigo, entran en juego la Santísima Trinidad del Detalle: la Insignia, el Pin y, por supuesto, el inefable Pañuelo de Bolsillo.

Uno se pasea por la calle y asiste a un desfile silencioso de afiliaciones. Mira la solapa del de enfrente y, ¡zas!, ya sabes que es del equipo de fútbol con el nombre de un animal prehistórico, o socio de la asociación de amantes del bonsái gigante, o un fanático de la ópera con un pin tan discreto que solo lo ve con un microscopio. El Pin y la Insignia son directos, van a la yugular de la identidad. Son como un titular de prensa: "Soy del Atleti" o "He donado sangre 50 veces".

Pero yo, me  he  subido al carro del Pañuelo Elegante, esa sustitución gloriosa de la corbata que te convierte automáticamente en un caballero con "distinción de elegancia". ¡Bravo!  Es infinitamente más cómodo. Y así, con tus pañuelos de seda multicolor luciendo con desenfado en el bolsillo superior, te sientes el Cary Grant de la cuadra... ¡hasta que te topas con el Detector de Ideologías Ocultas!

Iba camino   hacia al plató de televisión   para   una  entrevista  ataviado con mi chaqueta y el pañuelito de la discordia, te cruzas con tus amigos. Y aquí viene el arte del detalle malinterpretado.

— ¡Anda, Pepe, viejo zorro! —te espeta uno, con una sonrisa de "ya te he calado"—. ¡No sabía yo que eras tan republicano!

Tú, que en política eres más neutro que una servilleta, que has votado a más partidos que a los que les quedan uñas en los pies, te quedas pálido como un mimo. "¿A qué conclusión llegas, Sherlock?", debiste pensar. Y la respuesta, por supuesto, era un golpe bajo directo al corazón del arte de vestir:

—Fácil, campeón. El pañuelo. Lo llevas doblado con los colores de la bandera tricolor —sentenció, con la superioridad del que acaba de desenmascarar al topo de la elegancia.

¡El pañuelo! ¡El pobre pañuelo de fantasía con una paleta cromática más amplia que el arcoíris de un unicornio! Resulta que la casualidad, o un doblez particularmente traicionero, había alineado el rojo, el amarillo y, ¡ay, el temido morado!, creando una enseña histórica en tu bolsillo.

La escena es digna de una comedia de enredos: tú sacas el pañuelo, lo extiendes con dramatismo para demostrar que era un revoltijo de azules, verdes, ocres y, sí, también esos tres, y tu amigo, con la vergüenza diluida en risa, solo había visto lo que quería ver. El cerebro humano es así, un editor muy selectivo.

Desde aquel día, me  he  convertido en un maestro del Doblado Políticamente Correcto. No por miedo a los republicanos, ¡sino por no ofender a las docenas de otras filias que podrían malinterpretar un tono aguamarina! Ahora mis pañuelos giran más que un planeta, buscando un ángulo que solo muestre el color "neutralidad absoluta" (un beige que tire a dudar).

Así que ya lo sabéis, amigos: la próxima vez que veáis a alguien con un Pin, una Insignia o, peor aún, un Pañuelo de Bolsillo, tened cautela. Podría ser un fanático del fútbol, un activista social, o simplemente alguien que eligió una tela bonita para tapar un agujero, ¡y ahora tiene que ir con cuidado de no fundar un nuevo movimiento político con su vestimenta!

Saludos, y que tus pañuelos siempre te delaten... ¡pero solo como un hombre de exquisito humor! También  ya  os  pasaré   la  entrevista.

Pepe Aguilar, continuará… y probablemente cambiaré a gemelos de camisa como única identificación.

 

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