El Pin, el Pañuelo y la Cuestión Republicana: ¡Que Viene el
Sastre Espía!
¡Benditos sean los detalles! Esos pequeños guardianes de
nuestra identidad que, sin mediar palabra, gritan a los cuatro vientos quiénes
somos, o, al menos, lo que otros creen que somos. Hoy en día, la solapa
de una chaqueta es menos un trozo de lana y más un panel de control emocional.
Hemos pasado de la era de la corbata, ese elegante nudo de
ahorcamiento voluntario que te obligaba a tomar sopa con una cautela digna de
un cirujano, a la época gloriosa del complemento. Y ahí, mi querido amigo,
entran en juego la Santísima Trinidad del Detalle: la Insignia, el Pin
y, por supuesto, el inefable Pañuelo de Bolsillo.
Uno se pasea por la calle y asiste a un desfile silencioso de
afiliaciones. Mira la solapa del de enfrente y, ¡zas!, ya sabes que es del
equipo de fútbol con el nombre de un animal prehistórico, o socio de la
asociación de amantes del bonsái gigante, o un fanático de la ópera con un pin
tan discreto que solo lo ve con un microscopio. El Pin y la Insignia son
directos, van a la yugular de la identidad. Son como un titular de prensa:
"Soy del Atleti" o "He donado sangre 50 veces".
Pero yo, me he subido al carro del Pañuelo Elegante,
esa sustitución gloriosa de la corbata que te convierte automáticamente en un
caballero con "distinción de elegancia". ¡Bravo! Es infinitamente más cómodo. Y así, con tus
pañuelos de seda multicolor luciendo con desenfado en el bolsillo superior, te
sientes el Cary Grant de la cuadra... ¡hasta que te topas con el Detector de
Ideologías Ocultas!
Iba camino hacia al
plató de televisión para una
entrevista ataviado con mi
chaqueta y el pañuelito de la discordia, te cruzas con tus amigos. Y aquí viene
el arte del detalle malinterpretado.
— ¡Anda, Pepe, viejo zorro! —te espeta uno, con una sonrisa
de "ya te he calado"—. ¡No sabía yo que eras tan republicano!
Tú, que en política eres más neutro que una servilleta, que
has votado a más partidos que a los que les quedan uñas en los pies, te quedas
pálido como un mimo. "¿A qué conclusión llegas, Sherlock?", debiste
pensar. Y la respuesta, por supuesto, era un golpe bajo directo al corazón del
arte de vestir:
—Fácil, campeón. El pañuelo. Lo llevas doblado con los
colores de la bandera tricolor —sentenció, con la superioridad del que
acaba de desenmascarar al topo de la elegancia.
¡El pañuelo! ¡El pobre pañuelo de fantasía con una paleta
cromática más amplia que el arcoíris de un unicornio! Resulta que la casualidad,
o un doblez particularmente traicionero, había alineado el rojo, el amarillo y,
¡ay, el temido morado!, creando una enseña histórica en tu bolsillo.
La escena es digna de una comedia de enredos: tú sacas el
pañuelo, lo extiendes con dramatismo para demostrar que era un revoltijo de
azules, verdes, ocres y, sí, también esos tres, y tu amigo, con la vergüenza
diluida en risa, solo había visto lo que quería ver. El cerebro humano
es así, un editor muy selectivo.
Desde aquel día, me he
convertido en un maestro del Doblado
Políticamente Correcto. No por miedo a los republicanos, ¡sino por no
ofender a las docenas de otras filias que podrían malinterpretar un tono
aguamarina! Ahora mis pañuelos giran más que un planeta, buscando un ángulo que
solo muestre el color "neutralidad absoluta" (un beige que tire a
dudar).
Así que ya lo sabéis, amigos: la próxima vez que veáis a
alguien con un Pin, una Insignia o, peor aún, un Pañuelo de Bolsillo,
tened cautela. Podría ser un fanático del fútbol, un activista social, o
simplemente alguien que eligió una tela bonita para tapar un agujero, ¡y ahora
tiene que ir con cuidado de no fundar un nuevo movimiento político con su
vestimenta!
Saludos, y que tus pañuelos siempre te delaten... ¡pero solo
como un hombre de exquisito humor! También ya os pasaré
la entrevista.
Pepe Aguilar, continuará… y probablemente cambiaré a gemelos de camisa como
única identificación.
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