La psicología
del mostrador.
¡Hola, almas cándidas y
veteranos del mostrador!
Amigos, sigo buceando en ese océano de recuerdos que solo los
que hemos sobrevivido a la intemperie
hotelera conocemos. Ahora, desde la cómoda distancia, los analizamos con
esa mezcla de perplejidad, sosiego y,
por qué no, una pizca de masoquista alegría. ¡Qué tiempos!
El Arte Secreto de la Observación (o la Táctica del Búho
Discreto)
Quienes hemos vivido pegados al santuario de Recepción/Conserjería hemos desarrollado un sexto
sentido, una habilidad casi mística para escanear al cliente sin que se dé
cuenta. Somos como esos vigilantes
silenciosos, pero en lugar de buscar ladrones, buscamos berrinches
en potencia. Lo fascinante no es solo observar,
sino intuir. Da igual la
cartera, el apellido o a qué se dediquen; el verdadero sismógrafo es el primer
saludo.
Cuando abren la boquita (y no siempre para pedir la clave del
Wi-Fi), ya sabemos si ese día el señor o la señora no ha sincronizado su horóscopo con el universo. Le pasa a
cualquiera, claro, pero nosotros tenemos la decencia de guardar nuestros
demonios en el tupper de casa.
La Ironía del "Mal Pie" Matutino
Lo difícil, lo verdaderamente rompedor de esquemas, es ese individuo que llega con pinta de "me he peleado con mi sombra"
y, de repente, te suelta una sonrisa
tan generosa que te desarma. ¡Ese sí que es un cliente de oro, un cisne blanco que te alegra el día y
rompe el molde de la fatalidad predicha!
Por desgracia, seamos finos pero realistas: no es lo más
común. El que trae un cabreo de serie
está deseando soltarlo como si fuera el clímax de una ópera. Y ahí estás tú,
cual maestro de ceremonias del
desagravio, blandiendo tus armas
secretas (léase: paciencia sobrehumana, voz aterciopelada y soluciones
mágicas) para que la tormenta pase lo más rápido posible.
El Berrinche Premium y el Dilema del Capote
Y luego están los clientes
repetitivos, esos que hicieron el check-in con una lista de
peticiones más rara que un unicornio y regresan a los diez minutos con la misma cantinela. Creen que "dando la vara" (una técnica
ancestral, por cierto) conseguirán que les regales el penthouse con
vistas a la Luna.
Claro, cuando tienen razón, hay que quitarse el sombrero, la chaqueta y hasta las ganas de
vivir para ponérselo fácil. Pero ¡ay, amigo!, la vieja máxima de que "el cliente siempre tiene razón"
es como un mito griego: suena bien, pero no siempre es aplicable en la vida
real. Ahí, tocas las muletas, te
centras en el centro de la plaza como
un buen torero y usas la elegancia para lidiar el morlaco. La clave es
que no te cojan, es decir, que
no te arrastren a su drama.
Para estas lides escabrosas,
hay que tener la calma de un monje
tibetano, la amabilidad de una
azafata y ser un Relaciones
Públicas con un máster en contención emocional. Es la única forma
de que la situación tensa se convierta en terciopelo diplomático.
Tras capear ese temporal, tienes el día ganado, aunque te
quede ese pellizquito en el alma,
ese pequeño comentario ingenioso que te guardaste por la "paz
mundial" y la estabilidad de tu puesto.
¡Cosas que pasan, amigos! Y, para nuestra suerte, seguirán pasando...
¿Y a ti, qué es lo más surrealista que te han pedido en el
mostrador? ¡Cuéntanos, no seas tímido!
Saludos Pepe Aguilar
continuará…
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