miércoles, 8 de octubre de 2025

 

La  psicología    del  mostrador.

¡Hola, almas cándidas y veteranos del mostrador!

Amigos, sigo buceando en ese océano de recuerdos que solo los que hemos sobrevivido a la intemperie hotelera conocemos. Ahora, desde la cómoda distancia, los analizamos con esa mezcla de perplejidad, sosiego y, por qué no, una pizca de masoquista alegría. ¡Qué tiempos!

El Arte Secreto de la Observación (o la Táctica del Búho Discreto)

Quienes hemos vivido pegados al santuario de Recepción/Conserjería hemos desarrollado un sexto sentido, una habilidad casi mística para escanear al cliente sin que se dé cuenta. Somos como esos vigilantes silenciosos, pero en lugar de buscar ladrones, buscamos berrinches en potencia. Lo fascinante no es solo observar, sino intuir. Da igual la cartera, el apellido o a qué se dediquen; el verdadero sismógrafo es el primer saludo.

Cuando abren la boquita (y no siempre para pedir la clave del Wi-Fi), ya sabemos si ese día el señor o la señora no ha sincronizado su horóscopo con el universo. Le pasa a cualquiera, claro, pero nosotros tenemos la decencia de guardar nuestros demonios en el tupper de casa.

 

La Ironía del "Mal Pie" Matutino

Lo difícil, lo verdaderamente rompedor de esquemas, es ese individuo que llega con pinta de "me he peleado con mi sombra" y, de repente, te suelta una sonrisa tan generosa que te desarma. ¡Ese sí que es un cliente de oro, un cisne blanco que te alegra el día y rompe el molde de la fatalidad predicha!

Por desgracia, seamos finos pero realistas: no es lo más común. El que trae un cabreo de serie está deseando soltarlo como si fuera el clímax de una ópera. Y ahí estás tú, cual maestro de ceremonias del desagravio, blandiendo tus armas secretas (léase: paciencia sobrehumana, voz aterciopelada y soluciones mágicas) para que la tormenta pase lo más rápido posible.

El Berrinche Premium y el Dilema del Capote

Y luego están los clientes repetitivos, esos que hicieron el check-in con una lista de peticiones más rara que un unicornio y regresan a los diez minutos con la misma cantinela. Creen que "dando la vara" (una técnica ancestral, por cierto) conseguirán que les regales el penthouse con vistas a la Luna.

Claro, cuando tienen razón, hay que quitarse el sombrero, la chaqueta y hasta las ganas de vivir para ponérselo fácil. Pero ¡ay, amigo!, la vieja máxima de que "el cliente siempre tiene razón" es como un mito griego: suena bien, pero no siempre es aplicable en la vida real. Ahí, tocas las muletas, te centras en el centro de la plaza como un buen torero y usas la elegancia para lidiar el morlaco. La clave es que no te cojan, es decir, que no te arrastren a su drama.

Para estas lides escabrosas, hay que tener la calma de un monje tibetano, la amabilidad de una azafata y ser un Relaciones Públicas con un máster en contención emocional. Es la única forma de que la situación tensa se convierta en terciopelo diplomático.

Tras capear ese temporal, tienes el día ganado, aunque te quede ese pellizquito en el alma, ese pequeño comentario ingenioso que te guardaste por la "paz mundial" y la estabilidad de tu puesto.

¡Cosas que pasan, amigos! Y, para nuestra suerte, seguirán pasando...

¿Y a ti, qué es lo más surrealista que te han pedido en el mostrador? ¡Cuéntanos, no seas tímido!

Saludos   Pepe  Aguilar   continuará…

 

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