EL RINCON DE
PEPE.
Segunda parte de mi viaje
a países nórdicos.
El Exilio Culinario y la Indiferencia Nórdica
¡Y claro, el invierno! Qué detalle tan crucial. Mi
amigo, viajar de la soleada Costa del Sol al gélido norte es un salto
térmico que no se le desea a nadie. Se necesita piel de morsa o, como menos,
ser un pingüino. Recuerdo esos momentos en que las narices se volvían grifos
incontrolables; había que peregrinar a los grandes almacenes, no por la moda,
sino por el bendito refugio del aire acondicionado templado. ¡La hostelería por
defecto, proporcionada por el comercio!
Pero la cultura y la arquitectura son maravillosas, no se
puede negar. El problema llega cuando el espíritu aventurero se encuentra de
golpe con el vacío existencial que deja el estómago roncando.
El Dilema de la Cuchara y el Tenedor
Y ahí viene la segunda parte de la odisea, la gastronómica.
Uno busca el calor de un buen plato y, ¿qué encuentra? Un panorama desolador: o
te conformas con la santísima trinidad del perrito caliente, la hamburguesa
y las patatas fritas, o te preparas para que te den un "clavazón"
que te deja temblando tanto o más que el frío exterior. La broma, como bien
apuntas, sale cara.
Y es en esos momentos de frío y hambre cuando uno,
inevitablemente, echa de menos la filosofía del tapeo española. Esa
maravilla de la civilización donde una cerveza fresca y una tapa de
aceitunas o jamón te resucitan el alma sin tener que empeñar un riñón. No, allí
es comer o perecer, y el bolsillo suele ser el primero en sucumbir.
La Invisible Presencia del Turista
Lo que más me descorazonaba era esa indiferencia. Uno
entra en un establecimiento, dispuesto a consumir, a interactuar... y somos invisibles.
Parecíamos fantasmas con maleta. No es que sean maleducados, es que la
comunicación para ellos es un concepto reservado a eventos de gran envergadura.
Tienes que ir a buscarlos, casi rogarles que te atiendan. Si esperas esa
calidez mediterránea, esa mirada de bienvenida, te equivocas de país, de
continente y, quizás, de época.
Todo se reduce a mirar, asentir y, solo cuando no queda más
remedio, atreverse a formular una pregunta, sintiéndote un auténtico
extraterrestre interrumpiendo un ritual sagrado.
Al final, no hay experiencias malas, solo modos de vida
diferentes. Y si el frío influye en el carácter, en el Norte tienen el
termostato emocional a cero.
Así que, allí dejamos nuestra huella, arrastrando maletas y
moqueando, pero con la mente llena de paisajes y la certeza de que, aunque el
fiordo sea precioso, el calor de la Costa del Sol y sus tapitas no tiene
precio.
Seguirá.....
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