La fauna del "Buffet Libre" y otras
cosillas…
El otro día, tras una reunión más larga que un día sin pan,
nos fuimos a almorzar a un buffet. ¡El paraíso de la glotonería
organizada! Nos levantamos para iniciar la expedición, y ahí empezó la comedia.
Veo yo un pelo largo, canoso y elegante por la espalda, y claro, con mi
educación de convento, me dirigí a lo que, a todas luces, parecía una
distinguida dama del servicio.
"¡Señorita, por favor!" dije yo, con ese
tono que te sale cuando tienes hambre y quieres que te atiendan ya.
Pues la "señorita" se gira como un resorte y me
suelta, con una voz que parecía lija fina, "Dígame, señor."
¡Era un caballero! Un señor de cierta edad con esa melena canosa que le caía
por la espalda; un hombre que, digamos, había tenido una relación distante
con la cuchilla de afeitar esa mañana, y con la mascarilla estratégicamente
colocada bajo la barba, para no molestar, supongo.
No les digo más, yo me quedé más cortado que un traje de
madera. Pero, pensándolo bien, mientras el hombre se paseaba por el buffet
con su aire de náufrago distinguido, si se le caía alguna cana en el show
cooking, ¡era pelo natural! Y la comida era natural. ¡Todo
natural! ¡Una fusión de la naturaleza más silvestre en su plato! Un detalle
muy... orgánico.
Joyas, Hippys y Centralitas
Luego, el trajín de hoteles me llevó a otro establecimiento.
El mismo ambiente de buffet, pero aquí el camarero, en lugar de pelo, se
ve que coleccionaba oro. Llevaba más anillos en las manos que un joyero en
plena temporada navideña, y unas pulseras de cuerda de colores, muy
"hippy-chic" para ser un profesional de sala. Las manos parecían
un expositor de Tous, y uno se preguntaba si servía el vino o te
hacía una lectura del tarot.
Y como en este oficio uno es un explorador incansable, cambié
de hotel. Me acerco a lo que aún conservaban, cual reliquia arqueológica, una
pequeña centralita de teléfonos. Me dirijo a la telefonista, que
lucía un peinado afro que ya quisiera Beyoncé.
"Señorita, cuando pueda..."
¡Se levantó la cabeza como si le hubieran dado cuerda!
Y con una voz de barítono me dice: "Dígame, ¿en qué puedo
ayudarle?"
¡Era un telefonisto! Yo, que estaba
acostumbrado a la dulce voz de una telefonista de las de antes, me quedé
descolocado. La verdad es que con esa melena, la confusión estaba servida.
Calidad y Falta de Gorro
En ese último hotel, el show cooking prometía.
Productos de calidad, todo bien etiquetado. Una chica con su gorro
reglamentario –que ya es un lujo– atendiendo con pulcritud. ¡Perfecto!
Pero, claro, la perfección no existe en este sector. Aparece
un cocinero, jefe o lo que fuera, dando un paseo de inspección. Y el
hombre, ¡sin gorro! Y no se le ocurrió otra cosa que meter la cabeza
por encima de las bandejas para ver si faltaba un poco de perejil o algo
así. ¡Ni que las bandejas fueran pozos para echar deseos! Digamos que no era la
"guía de buenas prácticas" de la hostelería.
El Desencanto del Servicio
Luego nos extrañamos de por qué hay hoteles que mejoran la
calidad... de la comida, pero el servicio y la imagen se van al traste.
Algo falla en el sistema, o hay una relajación general que daría para
escribir una enciclopedia.
Ahora, cuando te encuentras por la geografía española un hotel
sin ser de lujo, pero con una uniformidad impecable y un servicio
que funciona, te quedas pasmado. Piensas: "¡Aquí todavía no ha llegado
el último grito de la dejadez!"
Y ya para rematar la faena, la recepción. Antes te
recibían como si fueras de la realeza. Ahora, el recepcionista, que es
un "hombre orquesta", te hace el check-in, te da la llave y,
¡hala!, te sube el equipaje a la habitación. Vuelve al mostrador sudado,
como si viniera de correr la San Silvestre. Se llama recortes de plantilla,
aunque su nombre real es "desprestigio de marca".
Da la impresión de que ahora no se le llama la atención a
nadie por nada, no vaya a ser. Y claro, el personal se relaja y piensa que
llevar las manos como un árbol de Navidad o meter la cabeza en la comida es lo más
moderno.
En fin, seguiremos viajando para ver hasta dónde llega esta
"evolución" hotelera.
¡Seguirá…!
José Aguilar (y su eterna manía de fijarse en todo)
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