miércoles, 1 de octubre de 2025

 



 

La fauna del "Buffet Libre" y  otras  cosillas…

El otro día, tras una reunión más larga que un día sin pan, nos fuimos a almorzar a un buffet. ¡El paraíso de la glotonería organizada! Nos levantamos para iniciar la expedición, y ahí empezó la comedia. Veo yo un pelo largo, canoso y elegante por la espalda, y claro, con mi educación de convento, me dirigí a lo que, a todas luces, parecía una distinguida dama del servicio.

"¡Señorita, por favor!" dije yo, con ese tono que te sale cuando tienes hambre y quieres que te atiendan ya.

Pues la "señorita" se gira como un resorte y me suelta, con una voz que parecía lija fina, "Dígame, señor." ¡Era un caballero! Un señor de cierta edad con esa melena canosa que le caía por la espalda; un hombre que, digamos, había tenido una relación distante con la cuchilla de afeitar esa mañana, y con la mascarilla estratégicamente colocada bajo la barba, para no molestar, supongo.

No les digo más, yo me quedé más cortado que un traje de madera. Pero, pensándolo bien, mientras el hombre se paseaba por el buffet con su aire de náufrago distinguido, si se le caía alguna cana en el show cooking, ¡era pelo natural! Y la comida era natural. ¡Todo natural! ¡Una fusión de la naturaleza más silvestre en su plato! Un detalle muy... orgánico.

Joyas, Hippys y Centralitas

Luego, el trajín de hoteles me llevó a otro establecimiento. El mismo ambiente de buffet, pero aquí el camarero, en lugar de pelo, se ve que coleccionaba oro. Llevaba más anillos en las manos que un joyero en plena temporada navideña, y unas pulseras de cuerda de colores, muy "hippy-chic" para ser un profesional de sala. Las manos parecían un expositor de Tous, y uno se preguntaba si servía el vino o te hacía una lectura del tarot.

Y como en este oficio uno es un explorador incansable, cambié de hotel. Me acerco a lo que aún conservaban, cual reliquia arqueológica, una pequeña centralita de teléfonos. Me dirijo a la telefonista, que lucía un peinado afro que ya quisiera Beyoncé.

"Señorita, cuando pueda..."

¡Se levantó la cabeza como si le hubieran dado cuerda! Y con una voz de barítono me dice: "Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?"

¡Era un telefonisto! Yo, que estaba acostumbrado a la dulce voz de una telefonista de las de antes, me quedé descolocado. La verdad es que con esa melena, la confusión estaba servida.

Calidad y Falta de Gorro

En ese último hotel, el show cooking prometía. Productos de calidad, todo bien etiquetado. Una chica con su gorro reglamentario –que ya es un lujo– atendiendo con pulcritud. ¡Perfecto!

Pero, claro, la perfección no existe en este sector. Aparece un cocinero, jefe o lo que fuera, dando un paseo de inspección. Y el hombre, ¡sin gorro! Y no se le ocurrió otra cosa que meter la cabeza por encima de las bandejas para ver si faltaba un poco de perejil o algo así. ¡Ni que las bandejas fueran pozos para echar deseos! Digamos que no era la "guía de buenas prácticas" de la hostelería.

El Desencanto del Servicio

Luego nos extrañamos de por qué hay hoteles que mejoran la calidad... de la comida, pero el servicio y la imagen se van al traste. Algo falla en el sistema, o hay una relajación general que daría para escribir una enciclopedia.

Ahora, cuando te encuentras por la geografía española un hotel sin ser de lujo, pero con una uniformidad impecable y un servicio que funciona, te quedas pasmado. Piensas: "¡Aquí todavía no ha llegado el último grito de la dejadez!"

Y ya para rematar la faena, la recepción. Antes te recibían como si fueras de la realeza. Ahora, el recepcionista, que es un "hombre orquesta", te hace el check-in, te da la llave y, ¡hala!, te sube el equipaje a la habitación. Vuelve al mostrador sudado, como si viniera de correr la San Silvestre. Se llama recortes de plantilla, aunque su nombre real es "desprestigio de marca".

Da la impresión de que ahora no se le llama la atención a nadie por nada, no vaya a ser. Y claro, el personal se relaja y piensa que llevar las manos como un árbol de Navidad o meter la cabeza en la comida es lo más moderno.

En fin, seguiremos viajando para ver hasta dónde llega esta "evolución" hotelera.

¡Seguirá…!

José Aguilar (y su eterna manía de fijarse en todo)

 

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