jueves, 2 de octubre de 2025

 





Tercera  parte.  El Exilio Culinario y la Indiferencia Nórdica

La Retirada Táctica: ¡Rumbo al Sur!

 ¡Por supuesto que seguimos! Tras la gélida odisea nórdica, donde nos trataron con la calidez de un témpano y la hostelería era una aplicación, la única conclusión sensata era una retirada táctica hacia el sol, el ruido y, sobre todo, la gente.

Dejamos atrás ese silencio escandinavo y esos "técnicos de la hospitalidad" con la promesa de no volver a menos que nos pagaran por ello. La misión era clara: recuperar la temperatura corporal y emocional.

La Búsqueda de la H de Hospitalidad

El destino, claro, tenía que ser una tierra donde el concepto de atender al prójimo no estuviera sujeto a un código QR. Pensamos en Italia, quizá en Grecia, pero finalmente nos decantamos por un lugar que, aunque ya conocido, nunca defrauda en cuanto a ese caos humano y delicioso: el sur de España. Un auténtico revulsivo.

El contraste fue, permítame la expresión, un tortazo de realidad. En el norte, éramos un estorbo, una variable que complicaba el algoritmo. Aquí, en el sur, volvimos a ser huéspedes, ¡y con mayúsculas!

El Barullo y el Regreso a la Vida

Llegamos a un pequeño hotel boutique en un barrio antiguo. Nada de check-in con el móvil. ¡Qué va! Nos abrió la puerta una señora con un mandil, un acento imposible de entender para un extranjero y una sonrisa que le llegaba hasta las orejas.

"¡Bienvenidos! ¡Qué frío vienen ustedes, por Dios! Dejen esas maletas ahí, que las sube mi nieto. ¿Quieren un vasito de agua fresca? ¿O prefieren un café que les quite ese frío de fiordo del cuerpo?"

¡Milagro! Éramos personas, no data en un sistema. La recepción era pequeña, llena de trastos y vida. No había ni un solo mapa de diseño escandinavo, pero sí un cuenco lleno de caramelos y un perro dormitando bajo el mostrador.

La habitación era pequeña, pero la ventana daba a un patio donde se oía el trajín de la gente, el olor a fritura (sí, ¡bendita fritura!) y la música que salía de un bar cercano. ¡Estábamos vivos de nuevo!

 

 

El Redescubrimiento de la Tapa y el Alma

Y al caer la tarde, la resurrección total. El primer bar: nos sentamos en una barra pegajosa, llena de gente hablando a gritos y camareros moviéndose como demonios. Pedimos una cerveza y, antes de que pudiera parpadear, el camarero ya había puesto en la barra una tapa de aceitunas aliñadas y un trozo de pan.

"¡Toma, para que cojas fuerzas!", me dijo, mirándome a los ojos, sin pedirme que reiniciara ninguna App.

En ese preciso instante, con el sabor de la sal y el aceite en la boca, entendí que no era solo la temperatura o el precio, sino la esencia de la hospitalidad. La que te da sin preguntar, la que te hace sentir que, por un momento, eres parte del lugar, y no solo un código de barras de paso.

El Baile de las Tapas y el Triunfo de lo Humano

¡Claro que sí! Aquella cerveza y esas aceitunas aliñadas fueron muchas más que comida; fueron un salvavidas, una transfusión de vida después de haber estado "digitalizado" en el norte. Lo que me impactó, fue la inmediatez del afecto. En Escandinavia, tenías que demostrar tu valía tecnológica; aquí, solo tenías que tener sed.

El camarero andaluz, con su prisa y su gracia, no estaba mirando un reloj o una tablet para ver si tu perfil de huésped era rentable. Estaba haciendo su trabajo, pero lo hacía con una capa extra de calor humano que es impagable.

El Retorno de la Intrusión (La Buena)

En el hotel nórdico, si marcabas el teléfono, aparecía un "técnico de la hospitalidad" que te preguntaba si habías reiniciado la aplicación. Aquí, al día siguiente, la señora del mandil nos paró en el pasillo.

"Venga, que mi nieto me ha dicho que tienen un poco de tos. Les he dejado en la habitación una tetera con manzanilla y miel. ¡Y no me digan que no, que es sagrado!"

¡Una intrusión maravillosa! Un gesto que te recuerda que estás en una casa, no en un bunker automatizado. No había protocolo, había cuidado. Lo que para el nórdico era una grosería (el contacto excesivo, la pregunta personal), para nosotros era el check-in emocional que tanto necesitábamos.

El Final del "Turismo de Inmersión" Forzado

Y qué decir de las maletas. El día de la partida, a diferencia de la tiranía del "turismo de inmersión" con veinte kilos a cuestas, la señora nos dijo:

"Dejen eso aquí, ¡que no estorba! Lo guardamos en mi despacho, que nadie va a tocar nada. Y no se vayan sin un trozo de mi torta de naranja, ¡que está recién hecha para el camino!"

La consigna no era una taquilla de pago con un código, sino el despacho de la dueña.

Comprendí entonces que la hospitalidad de verdad no está en el diseño minimalista o en la eficiencia silenciosa. Está en el barullo, en el olor, en el exceso y en la imperfección de las personas. Los nórdicos tenían sus códigos y su frialdad; nosotros, nuestro caos vital y la tapa que te dan sin pedirla. Y de vuelta en mi tierra, no lo cambio por todos los fiordos del mundo.

Saludos  Pepe  Aguilar  y   seguiré….

 

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