Tercera parte. El Exilio
Culinario y la Indiferencia Nórdica
La Retirada Táctica: ¡Rumbo al Sur!
¡Por supuesto que
seguimos! Tras la gélida odisea nórdica, donde nos trataron con la
calidez de un témpano y la hostelería era una aplicación, la única conclusión
sensata era una retirada táctica hacia el sol, el ruido y, sobre todo,
la gente.
Dejamos atrás ese silencio escandinavo y esos "técnicos
de la hospitalidad" con la promesa de no volver a menos que nos pagaran
por ello. La misión era clara: recuperar la temperatura corporal y emocional.
La Búsqueda de la H de Hospitalidad
El destino, claro, tenía que ser una tierra donde el concepto
de atender al prójimo no estuviera sujeto a un código QR. Pensamos en Italia,
quizá en Grecia, pero finalmente nos decantamos por un lugar que, aunque ya
conocido, nunca defrauda en cuanto a ese caos humano y delicioso: el sur de
España. Un auténtico revulsivo.
El contraste fue, permítame la expresión, un tortazo de
realidad. En el norte, éramos un estorbo, una variable que complicaba el
algoritmo. Aquí, en el sur, volvimos a ser huéspedes, ¡y con mayúsculas!
El Barullo y el Regreso a la Vida
Llegamos a un pequeño hotel boutique en un barrio antiguo.
Nada de check-in con el móvil. ¡Qué va! Nos abrió la puerta una señora
con un mandil, un acento imposible de entender para un extranjero y una sonrisa
que le llegaba hasta las orejas.
"¡Bienvenidos! ¡Qué frío vienen ustedes, por Dios! Dejen
esas maletas ahí, que las sube mi nieto. ¿Quieren un vasito de agua fresca? ¿O
prefieren un café que les quite ese frío de fiordo del cuerpo?"
¡Milagro! Éramos personas, no data en un sistema. La
recepción era pequeña, llena de trastos y vida. No había ni un solo mapa de
diseño escandinavo, pero sí un cuenco lleno de caramelos y un perro dormitando
bajo el mostrador.
La habitación era pequeña, pero la ventana daba a un patio
donde se oía el trajín de la gente, el olor a fritura (sí, ¡bendita fritura!) y
la música que salía de un bar cercano. ¡Estábamos vivos de nuevo!
El Redescubrimiento de la Tapa y el Alma
Y al caer la tarde, la resurrección total. El primer bar: nos
sentamos en una barra pegajosa, llena de gente hablando a gritos y camareros
moviéndose como demonios. Pedimos una cerveza y, antes de que pudiera
parpadear, el camarero ya había puesto en la barra una tapa de aceitunas
aliñadas y un trozo de pan.
"¡Toma, para que cojas fuerzas!", me dijo,
mirándome a los ojos, sin pedirme que reiniciara ninguna App.
En ese preciso instante, con el sabor de la sal y el aceite
en la boca, entendí que no era solo la temperatura o el precio, sino la esencia
de la hospitalidad. La que te da sin preguntar, la que te hace sentir que,
por un momento, eres parte del lugar, y no solo un código de barras de paso.
El Baile de las Tapas y el Triunfo de lo Humano
¡Claro que sí! Aquella cerveza y esas aceitunas aliñadas
fueron muchas más que comida; fueron un salvavidas, una transfusión de vida
después de haber estado "digitalizado" en el norte. Lo que me impactó,
fue la inmediatez del afecto. En Escandinavia, tenías que demostrar tu
valía tecnológica; aquí, solo tenías que tener sed.
El camarero andaluz, con su prisa y su gracia, no estaba
mirando un reloj o una tablet para ver si tu perfil de huésped era
rentable. Estaba haciendo su trabajo, pero lo hacía con una capa extra de calor
humano que es impagable.
El Retorno de la Intrusión (La Buena)
En el hotel nórdico, si marcabas el teléfono, aparecía un
"técnico de la hospitalidad" que te preguntaba si habías reiniciado
la aplicación. Aquí, al día siguiente, la señora del mandil nos paró en el
pasillo.
"Venga, que mi nieto me ha dicho que tienen un poco de
tos. Les he dejado en la habitación una tetera con manzanilla y miel. ¡Y
no me digan que no, que es sagrado!"
¡Una intrusión maravillosa! Un gesto que te recuerda que
estás en una casa, no en un bunker automatizado. No había protocolo, había
cuidado. Lo que para el nórdico era una grosería (el contacto excesivo, la
pregunta personal), para nosotros era el check-in emocional que tanto
necesitábamos.
El Final del "Turismo de Inmersión" Forzado
Y qué decir de las maletas. El día de la partida, a
diferencia de la tiranía del "turismo de inmersión" con veinte kilos
a cuestas, la señora nos dijo:
"Dejen eso aquí, ¡que no estorba! Lo guardamos en mi
despacho, que nadie va a tocar nada. Y no se vayan sin un trozo de mi torta
de naranja, ¡que está recién hecha para el camino!"
La consigna no era una taquilla de pago con un código, sino
el despacho de la dueña.
Comprendí entonces que la hospitalidad de verdad no está en
el diseño minimalista o en la eficiencia silenciosa. Está en el barullo, en
el olor, en el exceso y en la imperfección de las personas. Los nórdicos
tenían sus códigos y su frialdad; nosotros, nuestro caos vital y la tapa
que te dan sin pedirla. Y de vuelta en mi tierra, no lo cambio por todos los
fiordos del mundo.
Saludos Pepe Aguilar
y seguiré….
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