Hotelero, Comunicador y escritor libros publicados : "Anécdotas de Hoteles". " Historias, Hoteles y Humor" " Por los Hoteles del Mundo" y " La Vida es un Gran Hotel"
viernes, 17 de octubre de 2025
La Odisea del Carrito: De Compras y a la Caza de la
Lámpara Perdida
Ir de compras hoy en día, admitámoslo, es mucho más cómodo
que antes. ¿Más fácil? Discutible. Tengo la íntima convicción de que la
comodidad es directamente proporcional al gasto. Y todo, todo, desde que
los pequeños comercios de nuestros pueblos, con ese olor inconfundible a género
y a cotilleo fresco, fueron tragados sin piedad por las grandes superficies.
Estas gigantescas cajas de zapatos son un prodigio de la
ingeniería del consumo: aparcamiento fácil (el único momento de paz antes de la
tormenta) y la promesa de encontrar absolutamente todo, incluso aquello
que no sabías que existía, que no necesitabas y que, francamente, nunca habrías
imaginado comprar.
Ahora bien, uno llega a estos centros comerciales
grandiosos y la cosa cambia. Los pasillos… ¡Ay, los pasillos! Ya no son los
de antes. Ahora se han transformado en una especie de laberinto de Teseo,
versión low cost. Son larguísimos y a veces tan estrechos que
recuerdan a los pasillos de las películas carcelarias, solo que en lugar de
barrotes y rejas, a ambos lados se amontona el universo de lo imaginable. Un
festín para la vista y una tortura para el bolsillo.
Pero la auténtica pesadilla, el Apocalipsis de la Tarjeta
de Crédito, tiene lugar cuando entras en uno de esos colosos de
nacionalidad sueca/escandinava (no daremos nombres, pero empieza por I y es
famosa por sus albóndigas y sus instrucciones indescifrables).
¡Ahí, justo ahí, empieza el auténtico laberinto! Cambiaron el
aburrido sistema lineal por una coreografía de curvas, revueltas y desvíos que
te recuerdan inevitablemente al Laberinto de Cristales de la feria.
Entras sabiendo tu objetivo, pero la salida solo se logra a base de golpes,
choques emocionales y la sensación de haber participado en un reality de
supervivencia nórdica.
Íbamos, como bien decía, con la noble y simple idea de buscar
una lámpara. Una. Pues bien, hasta llegar al santuario de la
iluminación, hicimos un maratón digno de las Olimpiadas (con
avituallamiento opcional de perritos calientes a la salida). Y lo peor, ¡oh, lo
peor!, es llevar carrito. El carrito es la encarnación del mal consumista, pues
ahí es donde la Mano Tonta del Comprador Compulsivo deposita, con la
frenética urgencia de un hámster acumulador, todo lo que encuentra a su
paso, justificado por esa frase demoledora: “¡Qué mono!”. Un cojín de
lunares, una vela con olor a fiordo, unas pinzas para el pescado… “¡Qué mono!”,
“¡Qué mono!”
Y así, pasillo tras pasillo y curva tras curva, seguimos
mareados como un pollo en una noria. Esto ya no es ir de compras, es senderismo
de alto rendimiento en interiores. Y atención, un detalle crucial: si te
viene una necesidad fisiológica (la inevitable llamada de la
naturaleza), ¡reza! Cruza los dedos de los pies y pide un milagro para llegar a
un aseo o, mejor dicho, ¡para encontrarlo! Están escondidos con la misma
astucia que los tesoros piratas.
En fin, es cierto que es un método práctico, porque
encuentras absolutamente todo lo que no sabías que necesitabas. Pero el
momento de la verdad llega en las cajas. Mientras vas depositando tu botín —la
vela, el cojín, la media docena de cucharas de madera que ya tenías— te das
cuenta, con un escalofrío de terror, de que ¡NO HAS COMPRADO LA MALDITA
LÁMPARA!
Y, por supuesto, le has dado un meneo a la tarjeta de crédito
que ya lo quisiera para sí el "látigo de la feria" en hora
punta.
Para la próxima, lo tengo claro: entraré con el GPS
sintonizado, la brújula calibrada y, lo más importante, ¡la tarjeta
de crédito se quedará encerrada bajo llave en la guantera del coche!
Saludos desde el pasillo de las alfombras,
Pepe Aguilar
(Y que hagan una buena compra, ¡si es que logran salir!
Continuará…)
jueves, 16 de octubre de 2025
El Pin, el Pañuelo y la Cuestión Republicana: ¡Que Viene el
Sastre Espía!
¡Benditos sean los detalles! Esos pequeños guardianes de
nuestra identidad que, sin mediar palabra, gritan a los cuatro vientos quiénes
somos, o, al menos, lo que otros creen que somos. Hoy en día, la solapa
de una chaqueta es menos un trozo de lana y más un panel de control emocional.
Hemos pasado de la era de la corbata, ese elegante nudo de
ahorcamiento voluntario que te obligaba a tomar sopa con una cautela digna de
un cirujano, a la época gloriosa del complemento. Y ahí, mi querido amigo,
entran en juego la Santísima Trinidad del Detalle: la Insignia, el Pin
y, por supuesto, el inefable Pañuelo de Bolsillo.
Uno se pasea por la calle y asiste a un desfile silencioso de
afiliaciones. Mira la solapa del de enfrente y, ¡zas!, ya sabes que es del
equipo de fútbol con el nombre de un animal prehistórico, o socio de la
asociación de amantes del bonsái gigante, o un fanático de la ópera con un pin
tan discreto que solo lo ve con un microscopio. El Pin y la Insignia son
directos, van a la yugular de la identidad. Son como un titular de prensa:
"Soy del Atleti" o "He donado sangre 50 veces".
Pero yo, me he subido al carro del Pañuelo Elegante,
esa sustitución gloriosa de la corbata que te convierte automáticamente en un
caballero con "distinción de elegancia". ¡Bravo! Es infinitamente más cómodo. Y así, con tus
pañuelos de seda multicolor luciendo con desenfado en el bolsillo superior, te
sientes el Cary Grant de la cuadra... ¡hasta que te topas con el Detector de
Ideologías Ocultas!
Iba camino hacia al
plató de televisión para una
entrevista ataviado con mi
chaqueta y el pañuelito de la discordia, te cruzas con tus amigos. Y aquí viene
el arte del detalle malinterpretado.
— ¡Anda, Pepe, viejo zorro! —te espeta uno, con una sonrisa
de "ya te he calado"—. ¡No sabía yo que eras tan republicano!
Tú, que en política eres más neutro que una servilleta, que
has votado a más partidos que a los que les quedan uñas en los pies, te quedas
pálido como un mimo. "¿A qué conclusión llegas, Sherlock?", debiste
pensar. Y la respuesta, por supuesto, era un golpe bajo directo al corazón del
arte de vestir:
—Fácil, campeón. El pañuelo. Lo llevas doblado con los
colores de la bandera tricolor —sentenció, con la superioridad del que
acaba de desenmascarar al topo de la elegancia.
¡El pañuelo! ¡El pobre pañuelo de fantasía con una paleta
cromática más amplia que el arcoíris de un unicornio! Resulta que la casualidad,
o un doblez particularmente traicionero, había alineado el rojo, el amarillo y,
¡ay, el temido morado!, creando una enseña histórica en tu bolsillo.
La escena es digna de una comedia de enredos: tú sacas el
pañuelo, lo extiendes con dramatismo para demostrar que era un revoltijo de
azules, verdes, ocres y, sí, también esos tres, y tu amigo, con la vergüenza
diluida en risa, solo había visto lo que quería ver. El cerebro humano
es así, un editor muy selectivo.
Desde aquel día, me he
convertido en un maestro del Doblado
Políticamente Correcto. No por miedo a los republicanos, ¡sino por no
ofender a las docenas de otras filias que podrían malinterpretar un tono
aguamarina! Ahora mis pañuelos giran más que un planeta, buscando un ángulo que
solo muestre el color "neutralidad absoluta" (un beige que tire a
dudar).
Así que ya lo sabéis, amigos: la próxima vez que veáis a
alguien con un Pin, una Insignia o, peor aún, un Pañuelo de Bolsillo,
tened cautela. Podría ser un fanático del fútbol, un activista social, o
simplemente alguien que eligió una tela bonita para tapar un agujero, ¡y ahora
tiene que ir con cuidado de no fundar un nuevo movimiento político con su
vestimenta!
Saludos, y que tus pañuelos siempre te delaten... ¡pero solo
como un hombre de exquisito humor! También ya os pasaré
la entrevista.
Pepe Aguilar, continuará… y probablemente cambiaré a gemelos de camisa como
única identificación.
viernes, 10 de octubre de 2025
¡Olé con las señales! ¡Pero qué arte tienen estos andaluces para revolucionar
hasta la Dirección General de Tráfico!
¡Andalucía, el Descontrol con Arte!
¡Vaya, vaya! Dando
un vuelta con
el coche por mi
pueblo (Benalmádena) me tope de
repente con una
señal de tráfico
al menos algo
rara.
Parece que la señalización de tráfico se nos está poniendo graciosa... ¡y muy andaluza! ¿Quién dijo que conducir
tenía que ser aburrido? ¡Aquí, hasta la multa te la ponen con una
sonrisa!
Señales de Tráfico a la andaluza:
¡El Catálogo 2026!
¡Hola amigos!
¿Habéis visto las nuevas señales de tráfico que han puesto por ahí? Yo es que alucino. Antes, una señal de prohibido aparcar era un círculo rojo
con una barra cruzada, ¡y punto!
Claro, que como nadie le hacía caso, han dicho: "Vamos a darle un toque,
que la gente se entere".
Y ahora te encuentras con un cartel que pone: "Prohibido Aparcar. Beso y a jui."
¡"Beso y a jui"! ¡Con dos... narices! Como si la señal te estuviera mandando un Whatsap
antes de desaparecer. Aquí en el
sur sabemos lo
que significa “Jui” ( “Largarte”
pero… en el resto
del país, me imagino la conversación:
—Oye, que me voy, ¿eh? Te dejo el coche en la puerta de mi
casa un momento, que solo subo a por las llaves. — ¡Que te he dicho que prohibido aparcar! — ¡Ya lo sé! ¡Pero
es un momento! — ¡Beso y a jui!
(Y te pone el emoji del coche que se va a toda prisa).
¡Claro, que el resto de España debe estar flipando! Se imaginan a un pobre
turista de Burgos o cualquier
otro lugar o un
extranjero leyendo la señal y
pensando: "¿Beso y a jui?
y
en inglés “ Kiss
& Go “ ¿Qué tengo que besar algo antes de irme?
¿El bordillo? ¿La rueda?" ¡No,
hombre, no! Es una expresión que significa: "Ya me he ido", "Se acabó", "Aquí no se para ni pa Dios". ¡Con arte!
Pero yo digo, si empezamos así, ¿dónde vamos a parar? Ya me
imagino el catálogo de la DGT (Dirección
General de Tráfico) para 2026,
¡versión andaluza!
- Stop: Ya no va a ser "STOP". Va a ser: "¡Frena, quillo, que te vas a pegar el
piñazo!" Y con el dibujo de un coche con cara de susto.
- Ceda el paso: Desaparece. Ahora será: "¡Venga, niño, pasa
tú primero, que yo tengo to'l día!" (Y una palmera dibujada, para dar
ambiente).
- Velocidad máxima 50: Se quita el número. Ahora pone:
"¡No corras, mi arma!"
¡Esto es una
maravilla! Porque a ver, la gente cuando ve una prohibición, le entra ansiedad. Pero si te lo dice una señal
con simpatía, te entra la risa... ¡y a lo mejor hasta te vas!
—Mira, Paco, que está prohibido aparcar, ¿eh? — ¡Qué va, manué! Mira lo que dice: "Beso y a jui". Me está
despidiendo con cariño. Yo me
quedo un ratito, quillo.
·
¡Illo/Illa
(Chiquillo/a): Una contracción
muy utilizada en toda Andalucía sobre
todo en Cádiz.
- Ejemplo:
"¡Illo, ¿qué hacemos esta
noche?"
- Perita: Significa "guay" o
"bonito". Es una
forma de expresar que algo está muy bien.
- Pronto más
que tarde la
veréis en las
nuevas señales
¡Saludos Pepe Aguilar!
¡Ah! Me las piro, que el coche parece que está guarnío (estropeado).
miércoles, 8 de octubre de 2025
La psicología
del mostrador.
¡Hola, almas cándidas y
veteranos del mostrador!
Amigos, sigo buceando en ese océano de recuerdos que solo los
que hemos sobrevivido a la intemperie
hotelera conocemos. Ahora, desde la cómoda distancia, los analizamos con
esa mezcla de perplejidad, sosiego y,
por qué no, una pizca de masoquista alegría. ¡Qué tiempos!
El Arte Secreto de la Observación (o la Táctica del Búho
Discreto)
Quienes hemos vivido pegados al santuario de Recepción/Conserjería hemos desarrollado un sexto
sentido, una habilidad casi mística para escanear al cliente sin que se dé
cuenta. Somos como esos vigilantes
silenciosos, pero en lugar de buscar ladrones, buscamos berrinches
en potencia. Lo fascinante no es solo observar,
sino intuir. Da igual la
cartera, el apellido o a qué se dediquen; el verdadero sismógrafo es el primer
saludo.
Cuando abren la boquita (y no siempre para pedir la clave del
Wi-Fi), ya sabemos si ese día el señor o la señora no ha sincronizado su horóscopo con el universo. Le pasa a
cualquiera, claro, pero nosotros tenemos la decencia de guardar nuestros
demonios en el tupper de casa.
La Ironía del "Mal Pie" Matutino
Lo difícil, lo verdaderamente rompedor de esquemas, es ese individuo que llega con pinta de "me he peleado con mi sombra"
y, de repente, te suelta una sonrisa
tan generosa que te desarma. ¡Ese sí que es un cliente de oro, un cisne blanco que te alegra el día y
rompe el molde de la fatalidad predicha!
Por desgracia, seamos finos pero realistas: no es lo más
común. El que trae un cabreo de serie
está deseando soltarlo como si fuera el clímax de una ópera. Y ahí estás tú,
cual maestro de ceremonias del
desagravio, blandiendo tus armas
secretas (léase: paciencia sobrehumana, voz aterciopelada y soluciones
mágicas) para que la tormenta pase lo más rápido posible.
El Berrinche Premium y el Dilema del Capote
Y luego están los clientes
repetitivos, esos que hicieron el check-in con una lista de
peticiones más rara que un unicornio y regresan a los diez minutos con la misma cantinela. Creen que "dando la vara" (una técnica
ancestral, por cierto) conseguirán que les regales el penthouse con
vistas a la Luna.
Claro, cuando tienen razón, hay que quitarse el sombrero, la chaqueta y hasta las ganas de
vivir para ponérselo fácil. Pero ¡ay, amigo!, la vieja máxima de que "el cliente siempre tiene razón"
es como un mito griego: suena bien, pero no siempre es aplicable en la vida
real. Ahí, tocas las muletas, te
centras en el centro de la plaza como
un buen torero y usas la elegancia para lidiar el morlaco. La clave es
que no te cojan, es decir, que
no te arrastren a su drama.
Para estas lides escabrosas,
hay que tener la calma de un monje
tibetano, la amabilidad de una
azafata y ser un Relaciones
Públicas con un máster en contención emocional. Es la única forma
de que la situación tensa se convierta en terciopelo diplomático.
Tras capear ese temporal, tienes el día ganado, aunque te
quede ese pellizquito en el alma,
ese pequeño comentario ingenioso que te guardaste por la "paz
mundial" y la estabilidad de tu puesto.
¡Cosas que pasan, amigos! Y, para nuestra suerte, seguirán pasando...
¿Y a ti, qué es lo más surrealista que te han pedido en el
mostrador? ¡Cuéntanos, no seas tímido!
Saludos Pepe Aguilar
continuará…
sábado, 4 de octubre de 2025
jueves, 2 de octubre de 2025
Tercera parte. El Exilio
Culinario y la Indiferencia Nórdica
La Retirada Táctica: ¡Rumbo al Sur!
¡Por supuesto que
seguimos! Tras la gélida odisea nórdica, donde nos trataron con la
calidez de un témpano y la hostelería era una aplicación, la única conclusión
sensata era una retirada táctica hacia el sol, el ruido y, sobre todo,
la gente.
Dejamos atrás ese silencio escandinavo y esos "técnicos
de la hospitalidad" con la promesa de no volver a menos que nos pagaran
por ello. La misión era clara: recuperar la temperatura corporal y emocional.
La Búsqueda de la H de Hospitalidad
El destino, claro, tenía que ser una tierra donde el concepto
de atender al prójimo no estuviera sujeto a un código QR. Pensamos en Italia,
quizá en Grecia, pero finalmente nos decantamos por un lugar que, aunque ya
conocido, nunca defrauda en cuanto a ese caos humano y delicioso: el sur de
España. Un auténtico revulsivo.
El contraste fue, permítame la expresión, un tortazo de
realidad. En el norte, éramos un estorbo, una variable que complicaba el
algoritmo. Aquí, en el sur, volvimos a ser huéspedes, ¡y con mayúsculas!
El Barullo y el Regreso a la Vida
Llegamos a un pequeño hotel boutique en un barrio antiguo.
Nada de check-in con el móvil. ¡Qué va! Nos abrió la puerta una señora
con un mandil, un acento imposible de entender para un extranjero y una sonrisa
que le llegaba hasta las orejas.
"¡Bienvenidos! ¡Qué frío vienen ustedes, por Dios! Dejen
esas maletas ahí, que las sube mi nieto. ¿Quieren un vasito de agua fresca? ¿O
prefieren un café que les quite ese frío de fiordo del cuerpo?"
¡Milagro! Éramos personas, no data en un sistema. La
recepción era pequeña, llena de trastos y vida. No había ni un solo mapa de
diseño escandinavo, pero sí un cuenco lleno de caramelos y un perro dormitando
bajo el mostrador.
La habitación era pequeña, pero la ventana daba a un patio
donde se oía el trajín de la gente, el olor a fritura (sí, ¡bendita fritura!) y
la música que salía de un bar cercano. ¡Estábamos vivos de nuevo!
El Redescubrimiento de la Tapa y el Alma
Y al caer la tarde, la resurrección total. El primer bar: nos
sentamos en una barra pegajosa, llena de gente hablando a gritos y camareros
moviéndose como demonios. Pedimos una cerveza y, antes de que pudiera
parpadear, el camarero ya había puesto en la barra una tapa de aceitunas
aliñadas y un trozo de pan.
"¡Toma, para que cojas fuerzas!", me dijo,
mirándome a los ojos, sin pedirme que reiniciara ninguna App.
En ese preciso instante, con el sabor de la sal y el aceite
en la boca, entendí que no era solo la temperatura o el precio, sino la esencia
de la hospitalidad. La que te da sin preguntar, la que te hace sentir que,
por un momento, eres parte del lugar, y no solo un código de barras de paso.
El Baile de las Tapas y el Triunfo de lo Humano
¡Claro que sí! Aquella cerveza y esas aceitunas aliñadas
fueron muchas más que comida; fueron un salvavidas, una transfusión de vida
después de haber estado "digitalizado" en el norte. Lo que me impactó,
fue la inmediatez del afecto. En Escandinavia, tenías que demostrar tu
valía tecnológica; aquí, solo tenías que tener sed.
El camarero andaluz, con su prisa y su gracia, no estaba
mirando un reloj o una tablet para ver si tu perfil de huésped era
rentable. Estaba haciendo su trabajo, pero lo hacía con una capa extra de calor
humano que es impagable.
El Retorno de la Intrusión (La Buena)
En el hotel nórdico, si marcabas el teléfono, aparecía un
"técnico de la hospitalidad" que te preguntaba si habías reiniciado
la aplicación. Aquí, al día siguiente, la señora del mandil nos paró en el
pasillo.
"Venga, que mi nieto me ha dicho que tienen un poco de
tos. Les he dejado en la habitación una tetera con manzanilla y miel. ¡Y
no me digan que no, que es sagrado!"
¡Una intrusión maravillosa! Un gesto que te recuerda que
estás en una casa, no en un bunker automatizado. No había protocolo, había
cuidado. Lo que para el nórdico era una grosería (el contacto excesivo, la
pregunta personal), para nosotros era el check-in emocional que tanto
necesitábamos.
El Final del "Turismo de Inmersión" Forzado
Y qué decir de las maletas. El día de la partida, a
diferencia de la tiranía del "turismo de inmersión" con veinte kilos
a cuestas, la señora nos dijo:
"Dejen eso aquí, ¡que no estorba! Lo guardamos en mi
despacho, que nadie va a tocar nada. Y no se vayan sin un trozo de mi torta
de naranja, ¡que está recién hecha para el camino!"
La consigna no era una taquilla de pago con un código, sino
el despacho de la dueña.
Comprendí entonces que la hospitalidad de verdad no está en
el diseño minimalista o en la eficiencia silenciosa. Está en el barullo, en
el olor, en el exceso y en la imperfección de las personas. Los nórdicos
tenían sus códigos y su frialdad; nosotros, nuestro caos vital y la tapa
que te dan sin pedirla. Y de vuelta en mi tierra, no lo cambio por todos los
fiordos del mundo.
Saludos Pepe Aguilar
y seguiré….
EL RINCON DE
PEPE.
Segunda parte de mi viaje
a países nórdicos.
El Exilio Culinario y la Indiferencia Nórdica
¡Y claro, el invierno! Qué detalle tan crucial. Mi
amigo, viajar de la soleada Costa del Sol al gélido norte es un salto
térmico que no se le desea a nadie. Se necesita piel de morsa o, como menos,
ser un pingüino. Recuerdo esos momentos en que las narices se volvían grifos
incontrolables; había que peregrinar a los grandes almacenes, no por la moda,
sino por el bendito refugio del aire acondicionado templado. ¡La hostelería por
defecto, proporcionada por el comercio!
Pero la cultura y la arquitectura son maravillosas, no se
puede negar. El problema llega cuando el espíritu aventurero se encuentra de
golpe con el vacío existencial que deja el estómago roncando.
El Dilema de la Cuchara y el Tenedor
Y ahí viene la segunda parte de la odisea, la gastronómica.
Uno busca el calor de un buen plato y, ¿qué encuentra? Un panorama desolador: o
te conformas con la santísima trinidad del perrito caliente, la hamburguesa
y las patatas fritas, o te preparas para que te den un "clavazón"
que te deja temblando tanto o más que el frío exterior. La broma, como bien
apuntas, sale cara.
Y es en esos momentos de frío y hambre cuando uno,
inevitablemente, echa de menos la filosofía del tapeo española. Esa
maravilla de la civilización donde una cerveza fresca y una tapa de
aceitunas o jamón te resucitan el alma sin tener que empeñar un riñón. No, allí
es comer o perecer, y el bolsillo suele ser el primero en sucumbir.
La Invisible Presencia del Turista
Lo que más me descorazonaba era esa indiferencia. Uno
entra en un establecimiento, dispuesto a consumir, a interactuar... y somos invisibles.
Parecíamos fantasmas con maleta. No es que sean maleducados, es que la
comunicación para ellos es un concepto reservado a eventos de gran envergadura.
Tienes que ir a buscarlos, casi rogarles que te atiendan. Si esperas esa
calidez mediterránea, esa mirada de bienvenida, te equivocas de país, de
continente y, quizás, de época.
Todo se reduce a mirar, asentir y, solo cuando no queda más
remedio, atreverse a formular una pregunta, sintiéndote un auténtico
extraterrestre interrumpiendo un ritual sagrado.
Al final, no hay experiencias malas, solo modos de vida
diferentes. Y si el frío influye en el carácter, en el Norte tienen el
termostato emocional a cero.
Así que, allí dejamos nuestra huella, arrastrando maletas y
moqueando, pero con la mente llena de paisajes y la certeza de que, aunque el
fiordo sea precioso, el calor de la Costa del Sol y sus tapitas no tiene
precio.
Seguirá.....
miércoles, 1 de octubre de 2025
La fauna del "Buffet Libre" y otras
cosillas…
El otro día, tras una reunión más larga que un día sin pan,
nos fuimos a almorzar a un buffet. ¡El paraíso de la glotonería
organizada! Nos levantamos para iniciar la expedición, y ahí empezó la comedia.
Veo yo un pelo largo, canoso y elegante por la espalda, y claro, con mi
educación de convento, me dirigí a lo que, a todas luces, parecía una
distinguida dama del servicio.
"¡Señorita, por favor!" dije yo, con ese
tono que te sale cuando tienes hambre y quieres que te atiendan ya.
Pues la "señorita" se gira como un resorte y me
suelta, con una voz que parecía lija fina, "Dígame, señor."
¡Era un caballero! Un señor de cierta edad con esa melena canosa que le caía
por la espalda; un hombre que, digamos, había tenido una relación distante
con la cuchilla de afeitar esa mañana, y con la mascarilla estratégicamente
colocada bajo la barba, para no molestar, supongo.
No les digo más, yo me quedé más cortado que un traje de
madera. Pero, pensándolo bien, mientras el hombre se paseaba por el buffet
con su aire de náufrago distinguido, si se le caía alguna cana en el show
cooking, ¡era pelo natural! Y la comida era natural. ¡Todo
natural! ¡Una fusión de la naturaleza más silvestre en su plato! Un detalle
muy... orgánico.
Joyas, Hippys y Centralitas
Luego, el trajín de hoteles me llevó a otro establecimiento.
El mismo ambiente de buffet, pero aquí el camarero, en lugar de pelo, se
ve que coleccionaba oro. Llevaba más anillos en las manos que un joyero en
plena temporada navideña, y unas pulseras de cuerda de colores, muy
"hippy-chic" para ser un profesional de sala. Las manos parecían
un expositor de Tous, y uno se preguntaba si servía el vino o te
hacía una lectura del tarot.
Y como en este oficio uno es un explorador incansable, cambié
de hotel. Me acerco a lo que aún conservaban, cual reliquia arqueológica, una
pequeña centralita de teléfonos. Me dirijo a la telefonista, que
lucía un peinado afro que ya quisiera Beyoncé.
"Señorita, cuando pueda..."
¡Se levantó la cabeza como si le hubieran dado cuerda!
Y con una voz de barítono me dice: "Dígame, ¿en qué puedo
ayudarle?"
¡Era un telefonisto! Yo, que estaba
acostumbrado a la dulce voz de una telefonista de las de antes, me quedé
descolocado. La verdad es que con esa melena, la confusión estaba servida.
Calidad y Falta de Gorro
En ese último hotel, el show cooking prometía.
Productos de calidad, todo bien etiquetado. Una chica con su gorro
reglamentario –que ya es un lujo– atendiendo con pulcritud. ¡Perfecto!
Pero, claro, la perfección no existe en este sector. Aparece
un cocinero, jefe o lo que fuera, dando un paseo de inspección. Y el
hombre, ¡sin gorro! Y no se le ocurrió otra cosa que meter la cabeza
por encima de las bandejas para ver si faltaba un poco de perejil o algo
así. ¡Ni que las bandejas fueran pozos para echar deseos! Digamos que no era la
"guía de buenas prácticas" de la hostelería.
El Desencanto del Servicio
Luego nos extrañamos de por qué hay hoteles que mejoran la
calidad... de la comida, pero el servicio y la imagen se van al traste.
Algo falla en el sistema, o hay una relajación general que daría para
escribir una enciclopedia.
Ahora, cuando te encuentras por la geografía española un hotel
sin ser de lujo, pero con una uniformidad impecable y un servicio
que funciona, te quedas pasmado. Piensas: "¡Aquí todavía no ha llegado
el último grito de la dejadez!"
Y ya para rematar la faena, la recepción. Antes te
recibían como si fueras de la realeza. Ahora, el recepcionista, que es
un "hombre orquesta", te hace el check-in, te da la llave y,
¡hala!, te sube el equipaje a la habitación. Vuelve al mostrador sudado,
como si viniera de correr la San Silvestre. Se llama recortes de plantilla,
aunque su nombre real es "desprestigio de marca".
Da la impresión de que ahora no se le llama la atención a
nadie por nada, no vaya a ser. Y claro, el personal se relaja y piensa que
llevar las manos como un árbol de Navidad o meter la cabeza en la comida es lo más
moderno.
En fin, seguiremos viajando para ver hasta dónde llega esta
"evolución" hotelera.
¡Seguirá…!
José Aguilar (y su eterna manía de fijarse en todo)