¡Agárrense los relojes que
volvemos a despegar en la máquina del tiempo... con aún más café!
Crónica del Desfase Horario: O el día que la Tierra se paró (una
hora)
¡Atención, población! Si alguien encuentra la hora que se nos ha
perdido, que avise. Yo he salido a comprar el pan y he pensado que me había tele
transportado a un spin-off de The Walking Dead, pero con menos
zombies y más bostezos.
Entro en la panadería y ahí estaba Anselmo, mi amigo.
Parecía una estatua griega que acababa de descubrir que el mármol no era
comestible. "Anselmo, ¿qué te pasa? ¿Te ha mordido un vampiro o te ha
afectado el síndrome de 'No Sé Qué Hora Es'?"
Me mira con los ojos inyectados en cafeína y me suelta que su vida
farmacológica se ha convertido en un caos de proporciones épicas. "Las
pastillas, tío, ¡las pastillas! Se supone que son cada 8 horas, pero ahora, con
la hora extra, no sé si me toca tomarme la de ayer, la de mañana, o si tengo
que tomarme la del desayuno ¡a la hora de cenar! Estoy más descontrolado que un
pato en un ascensor. Si sigo así, mañana me verás vendiendo relojes de cuco en
el Mercadillo gritando '¡Son las doce y media de cuando
sea!'"
Le he dicho que se compre un almanaque de pared, pinche las
pastillas con chinchetas y se ponga un gorro de papel de plata, por si las
moscas horarias. Lo he dejado allí, intentando hacerle reanimación
cardiopulmonar a su rutina.
De vuelta a casa, me cruzo con mi vecino, el piloto de aviación,
arrastrando una maleta y una cara de que no distingue un Airbus de una
bicicleta. "¡Ay, mi madre!", me dice. "Estoy fatal. Ya no es el Jet
Lag con los transatlánticos, que ya me tiene el hígado bailando flamenco.
¡Es que no sé si he aterrizado en Madrid, en Tokio, o si tengo que pagarle el
alquiler al Casco Antiguo!" Se ha quedado mirando su reloj de pulsera como
si fuera un mapa del tesoro indescifrable. "Mira, lo único que sé es que
ahora tengo una hora extra de cansancio."
Y, por si fuera poco despropósito cronométrico, aparece la azafata
aérea. "Yo hoy hago un 'Triplete de Desquicio'", me suelta, con
una sonrisa que oculta un grito interno. "¿Triplete? ¿De qué me hablas, de
gimnasia?", le pregunto.
"¡Qué va! Es el combo supremo de la desorientación. Primero,
me atraso una hora con el cambio local. Luego, en el avión, me toca el baile de
la Hora Zulú (que creo que es la hora que usan los extraterrestres). Y,
para rematar, aterrizo en Argentina con el Jet Lag martillándome el
cerebro. ¡Y lo peor es que el vuelo es nocturno! Como uno de los pasajeros sea
sonámbulo y se ponga a caminar por el pasillo a oscuras, se convierte en la
comedia de enredos más cara de la historia. ¡Tendré que servir café y buscar el
pasaporte del durmiente errante a la vez!"
Así que ya saben, amigos. Estoy convencido de que este cambio de
hora es un experimento social. Para colmo, está nublado. O sea, que cuando me
levanté, no sabía si era de día o de noche, si la hora se había ido a freír
espárragos, o si estábamos en un eclipse permanente. Todo lo que sé es que la
nube negra de la desorientación se ha instalado justo encima de mi casa.
Voy a tomarme algo caliente. Si me lo tomo una hora antes, ¡avísenme!
La vida es demasiado corta para vivirla en la Hora Zulú.
¡Volveremos a la normalidad... o no! ¡Permanezcan desintonizados!
Pepe Aguilar
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